Vidas no vividas


A veces me gustaría formar parte de un culebrón. En mi culebrón no soy Alfredo sino Dario Francisco y tengo los ojos de color verde terciopelo y una hacienda llena de caballos que van de acá para allá trotando sin orden ni concierto.

Estoy enamorado de Eugenia Varadero que es guapísima y aunque tarda hora y media en vestirse da igual, porque luego quita el aliento. Su madre es la malvada Celestina Lupanar que es muy calenturienta y sigue una estricta dieta a base de whisky.

Yo estoy encerrado en la cárcel por un lamentable error judicial. Eugenia no lo sabe y, pese a todo, resiste los embates del capataz de los cafetales que no la ama pero que pretende que ella le dé treinta hijos varones para hacer un equipo de futbol con titulares, suplentes y directivos.

Después de varios años de penurias y valiéndome de mi sobresaliente capacidad atlética me escapo de la cárcel y rescato a Eugenia, que me ha sido fiel y a sus 7 pequeños hijos, a los que adopto sin dudarlo porque tienen un extraño parecido con alguien que me resulta familiar.

Me gusta pensar que mi vida es un culebrón porque después te puedes quitar el maquillaje, desechar tus nombres ficticios e irte a hacer tu propia vida o a atracar un supermercado a mano armada.

Pero lo mejor de todo es que cuando eres el protagonista de un culebrón, lo más probable es que tu madre acabe por no ser tu madre y tu familia no sea realmente tu familia. Y a mí eso, que quieren que les diga, me hace cierta ilusión.

Comentarios

  1. A veces deseamos vivir vidas no vividas... Pero cuando miramos alrededor, al final siempre nos quedamos y preferimos la que tenemos. Ésta es real, y en ella no nos engañamos a nosotros mismos.
    Un delirio...

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