Delitos y faltas


Derrengado en la butaca de su mísero y pulcro despacho, el comisario ojea expedientes para pasar el rato. A media mañana se presenta López, quizás el menos estúpido de los agentes a sus ordenes. Le acompaña un hombre de apenas treinta años, vestido con un pantalón y una chaqueta que han conocido tiempos mejores.

- Comisario, el aquí presente sustrajo una consola, una Play, hace hoy una semana, donde los indios. Tienen instalada una cámara de seguridad en el techo y todo quedó registrado. Lo reconocí hace un ratito, saliendo del metro.

- ¿Así que una consola, eh? Se ve que nos va la tecnología... ¿De dónde eres? ¿A qué te dedicas?

- Soy de aquí mismo, su madre conoce a la mía. De jóvenes creo que iban al cine juntas. Tengo dos hermanos mayores. Trabajé mucho tiempo en la construcción, pero ya va para dos que me largaron y ahora ni siquiera tengo paro. Todos los días, a primera hora, me paso a preguntar por las obras, ya me conocen en todas partes, pero es igual reventarse o no, no hay nada.

- ¿Dónde está la consola?

- En casa.

- López, mande a buscarla y que el joven se espere aquí. Luego ya veremos que hacemos.

Poco después un joven policía en prácticas aparece con la consola.

- Comisario, también le traigo esta carta que la mujer del detenido me pidió que le diera en mano.

El comisario lee la carta y frunce el ceño.

- Dígale a López que venga para acá. Que deje en libertad al detenido y que le devuelva la consola. Y usted, mañana, a primera hora, se me acerca a la tienda de los indios y la paga, que yo le reembolso lo que corresponda. Y no se olvide la factura.

Ya a solas, el comisario relee la carta una y otra vez.

- Señores reyes magos, no se olviden de traerme la Play, que he sido muy bueno todo el año y he sacado buenas notas y según dicen todos mis amigos en el colegio, si uno se porta bien siempre, no se queda sin regalo.

Esa noche, por primera vez en mucho tiempo, el comisario no pudo terminar la tortilla con chorizo. María, su mujer, revoloteaba a su alrededor entre asombrada y asustada, hasta que él, con un resoplido lleno de hastío, echó fuera lo que le venía atragantando:

- Nada María, que con ladrones de estos... no sirvo para comisario.

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