A John Updike, in memoriam.


El otro día falleció el escritor norteamericano John Updike.

Cuando yo iba a cumplir once años en Asturias -en realidad por aquel entonces yo cumplía once años en todas partes- mi padre, por pereza, me preguntó que que quería para mi cumple (el 19 de marzo, San José).

Yo dije, claro, que libros.

Me acompañó a la librería de un barrio de Gijón. Yo empecé a revolverlo todo, un poco a tontas y a locas -"al debalu", como decimos en asturiano-.

Me quedé con cuatro o cinco libros. Uno de ellos era Corre Conejo, el primero de la famosa trilogía sobre Harry Conejo Angstrom de Updike.

Cuando se los di al librero -uno de esos individuos con tantas dioptrías como timidez-, me miró con aire de superioridad, con cara de "este niño no tiene ni puta idea de lo que elige" -como yo por entonces era muy perspicaz capté su sutil desprecio a través de los gruesos cristales verdosos de sus gafas, cosa que, dadas las circunstancias, no estaba exenta de mérito-.

Aquella tarde descubrí la epopeya surrealista de alguien que, de repente, decide que ya no soporta un segundo más de la realidad que le ha tocado vivir. Por eso Harry Conejo se va de casa, abandona su mujer alcohólica y su trabajo y empieza una nueva vida. La eterna historia, en fin, del tipo -o tipa- que sale a por tabaco y se da cuenta de que, pase lo que pase, ya no puede volver atrás.

En realidad no entendí nada de nada. Pero me encantó.

PD. Si tuviera ocasión escribiría una tesis doctoral farragosa e intrépida sobre la relación entre Harry Conejo y el Frank Bascombe de Richard Ford y el Augie March de Saul Bellow. Pero ya son las dos de la noche y el Ministerio de Hacienda me espera en menos de seis horas.

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