De fracasos y hombres


Los hombres somos unos fracasados. Gritamos en cuanto nos ponen a mano un volante e insultamos al árbitro como si nos debiera dinero sin esperar siquiera a que empiece el partido. Sabemos que hemos perdido algo realmente importante (aunque no tenemos ni idea de qué es ni de dónde ha ido a parar) y el peso de esa pérdida hace que vengamos equipados de serie con el módulo Cabreo.3 que sacamos a relucir en cuanto tenemos ocasión (y no hace falta provocarnos mucho para que suceda).

Homer Simpson es el retrato perfecto de todos nuestros pequeños fracasos cotidianos cuando le dice a Marge "Siento mucho no haber sido mejor esposo; estoy arrepentido del día en que intenté hacer salsa en la bañera y de la vez en que le puse cera al coche con tu vestido de novia... Digamos que te pido perdón por todo nuestro matrimonio hasta el día de hoy".

Ahora bien, que lo sepamos no quiere decir que estemos dispuestos a reconocerlo. Como dice Bart Simpson "Yo no lo hice. Nadie me ha visto hacerlo. No hay manera de que tú puedas probar nada". La negación es nuestra mejor defensa. Nuestro último bastión frente a la realidad y frente a ese hábito tan nuestro de meter ropa de todos los colores a saco en la lavadora con la secreta esperanza de que ella se las apañe por si misma como si se tratara de Skynet y no de una Balay comprada en el Carrefour.

Con ligeras variaciones de grado, los hombres somos perezosos, obsesivos y egocéntricos, tenemos más bien poco control de nuestra ira, perdemos la cabeza por el sexo y la cerveza (y el sexo) y lo arreglamos todo (también el sexo) con una mezcla vergonzante de mentiras y cobardía histérica en situaciones en las que debería emerger ese incontenible macho alfa que siempre hemos soñado llevar dentro.

En el fondo, todos somos ese Homer Simpson que, enfrentado a un peligro que cree inminente, grita histéricamente: "¡Oh, Dios mío; criaturas del espacio! ¡No me coman, tengo esposa e hijos!; ¡cómanselos a ellos!".

PD. Nota dirigida a las novias y esposas. Naturalmente esta generalización arbitraria no hace referencia a vuestro chico-novio-marido, que, por suerte, no comparte estos deleznables defectos que acabo de describir. Ni a mi mismo, por supuesto.

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