Parejas


a) Histérica e idiota.

La más tópica. Ella es prepotente y caprichosa, y él un memo sin atenuantes. Ella se pasa el día pidiéndole esto y lo otro o poniendo mala cara porque él llegó tarde, tiró un vaso de agua sobre la alfombra o se olvidó de comprar limones en el super.

No le deja hacer nada, sobre todo si tiene relación directa con sus amigos o su familia. Si vienen a su casa a comer o a ver un partido, la tolerancia de la histérica dura quince minutos. Pasado ese tiempo, se escucha un graznido, se meten en el cuarto y se escuchan susurros ininteligibles. Cuando él sale, le dice a sus amigos siempre lo mismo: “Ana no se encuentra bien, es mejor que os vayáis".

Cuando frecuentan a sus propios amigos, ella, en cambio, se pone de buen humor y se dedica a hacer chistes despectivos sobre su pareja, ridiculizandolo y contando un montón de intimidades que jamás deberían haber abandonado su habitación. Además, la histérica está obsesionada con que el hermano, el jefe o el socio de su novio lo engañan y le llena la cabeza de teorías conspirativas para que pida un aumento o se busque un trabajo nuevo.

Aunque nadie la soporta, los amigos nunca le dicen al idiota lo que realmente piensan de su novia. Eso sí, el día en el que por fin él se arma de valor y la deja, su familia lo celebra con fuegos artificiales y él recibe un aluvión de reproches retrospectivos sobre su ex pareja.

b) Fanática obediente y superheroe.

La fanática y el superheroe son otro modelo de relación muy común. Por medio de ardides psicópatas, él la convence de que es un héroe griego, y desde ese momento, ella vive para contar anécdotas que ilustren la engreída estampa de semidiós de su pareja. Que sabe todo, que es el más guapo, que siempre tiene razón. Todos los demás viven equivocados a la sombra de este profeta grandilocuente y sabelotodo. Y por si fuera poco, mientras ella relata cómo él rediseño no se qué, él asiente en silencio, como un entrenador de perros orgulloso que contempla como su cachorro agarra un huesito con los dientes.

Cuando sale con sus amigas, la fanática tiene un hábito inmoral y repugnante. Cada vez que alguna relata un defecto de su pareja, ella ofrece un contrapunto fantasioso y edulcorado de la suya. Si su amiga se queja de que su novio moja baño, ella añade que el suyo lo limpia con su mirada de rayos laser sin moverse del wc. Si dice que su novio no cocina, la fanática replica que el suyo la lleva a comer fuera todos los días y al volver le canta una serenata en el portal. Al correr el tiempo la fanática empieza a olerse que hay gato encerrado pero ya es demasiado tarde y el círculo de mentiras se ha estrechado a su alrededor.

c) Los siameses.

Los siameses, otro estereotipo muy corriente de pareja, borran todos los pronombres, verbos y anécdotas en singular de su vocabulario. Se las ingenian como maestros de la lengua castellana para relatar absolutamente todo en la primera persona del plural: "A nosotros nos encantó esa película", "La zanahoria no nos gusta", "No somos de salir mucho".

Van a todos lados juntos. Él es el tonto que vemos a la salida de una clase esperando a su novia y de ella es la cabecita que se asoma desde la ventanilla del coche cuando él baja para dejar algo en casa de un amigo.

d) La insegura y el chuloputas.

Otro ejemplo un poco más raro pero no infrecuente. Ambos tienen un pacto secreto para mantener viva la relación: él la trata como un trapo y ella lo excusa diciendo que está muy nervioso por el trabajo y que en realidad no es así.

Son, paradójicamente, el matrimonio perfecto. Se complementan de manera vital: él necesita alguien a quien pisotear y ella es una masoquista que encuentra goce en ser pisoteada. Cada vez que él la humilla en público, la increpa por una camisa mal planchada o le dice que es una inútil, ella sufre pero se autoconvence de que él le dice todo eso por su bien, porque en el fondo él es bueno y la quiere. Pero la realidad es otra. Debajo de su mansa tolerancia, está segura de que su novio tiene razón: el vale mucho más que ella (aunque sea absolutamente mentira),así que intenta ponerse las pilas para ser cada día mejor para el. Aunque nunca sea bastante.

e) Los super-guays.

Su numerito más famoso es discutir en la calle y que uno se vaya caminando y el otro lo siga y lo agarre del brazo para retenerlo. Son como un espectáculo teatral interactivo, que incluye amigos, transeúntes y policías que no quieren participar de la obra pero acaban haciendo involuntariamente.

Son celosos, posesivos, irracionales y no tienen vergüenza. Hacen cualquier cosa para ser el centro de atención (ya sea para que los miren, los consuelen o los paren cuando están a punto de liarse a hostias con un tercero). Cuando van a una fiesta, por ejemplo, uno de los dos se emborracha. A veces ella pone mala cara hasta que él estalla de ira, a veces uno de los dos coquetea con un tercero, y otras veces ella agarra de los pelos a alguna chica que tuvo la mala idea de mirar de reojo a su novio.

Por teléfono también practican un show interesante. Mientras ella sale con sus amigas él llama para darle la brasa. Si ella no lo atiende, llama al móvil de sus amigas, y si no quieren ponerle con su novia, se va para allá y monta un escándalo para hacerse notar.

f) El desastre y la salvadora.

Antes de conocerla, él era el peor partido del mundo: mujeriego, ludópata, mentiroso, irresponsable, con un hijo de una relación anterior y más fracasos amorosos que pelos en la cabeza. Pegaba los mocos debajo de la mesa, se olía sus propios calcetines y se gastaba medio sueldo en marihuana. Pero ella ve algo especial en él que nadie más ha visto y lo convierte en su proyecto personal. Después de un año de convivencia ella percibe que en realidad no han progresado nada, pero eso, en vez de desanimarla, la hace apegarse aún mas a su proyecto de hombre en formación.

A pesar de que nadie cree que su relación puede prosperar, permanecen juntos muchísimos años, unidos por un vínculo misterioso y singular, que nadie —ni sus propios hijos— terminan de entender nunca del todo.

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