Vacaciones


Mi cama era una pesadilla. En medio de la noche intentaba darme la vuelta y me descubría flotando en el vacío. En el último instante, con un sutil movimiento a lo Neo en Matrix conseguía aferrarme -no se como- a la lámpara o a la puerta del armario o a ambas a la vez y, con un estruendo formidable, regresaba a la vasta comodidad de mi vasto colchón de sesenta centímetros de ancho.

Hacía calor. Mucho calor. Intentaba generar alguna corriente de aire abriendo puertas y ventanas al tuntún, pero con tan escaso éxito que a las tres de la mañana mi colchón parecía el catre de una celda indochina habitada por ocho fogosos y exudantes transexuales con pésimos hábitos de higiene personal.

El penúltimo día participé en un viaje en lancha rápida que hizo que mi culo disfrutara de sensaciones nada extrañas para muchos habitantes de Chueca y Sitges pero totalmente desconocidas para mi. Mi elegante forma de caminar hacia el coche al regresar seguro que habría suscitado interesantes comentarios entre los bienpensantes ciudadanos de la calle mayor de Lleida pero, por fortuna, ninguno de ellos merodeaba por allí en ese momento.

No se como pero, con todo el cuerpo dolorido, conseguí arrastrarme hasta el avión y volver a casa. Mañana vuelvo a trabajar. Es una pena, pero ya se sabe, todo lo bueno se acaba.

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