El tiempo en que la mierda se nos come
Imagino que Zapatero se irá a la chita callando. No me parece mal tipo y, por otra parte, ha sido, con toda probabilidad, el presidente más a la izquierda que España ha tenido y que tendrá en muchos años.
En los buenos tiempos hizo (algunas) cosas que quería hacer y no las hizo mal. Luego, al llegar la crisis, después de negar su existencia, se quedó parado en medio del ring, como un boxeador sonado, con la guardia baja, sin saber cómo defenderse de los golpes que uno a uno le iban cayendo (con algunas sonoras estupideces intermedias como los alucinógenos Planes E).
Al final, ante la presión de los que prestan el dinero (que siempre han mandado, antes y ahora) y la sucesión de malas noticias económicas empezó a hacer cosas que estoy seguro de que no quería hacer, pero que, para entonces, como buena víctima de sus propios errores, ya no tenía más remedio que hacer.
Eso no es nada raro en si mismo. A todos nos pasa tarde o temprano que escupimos y se nos cae encima.
El problema de Zapatero y del PSOE -por elevación- es que lleva bastante tiempo sin un plan. Sin algo en lo que creer que no sea un puñado de palabras. Por eso viaja a la deriva, un poco a tontas y a locas, sin afrontar nada, a la buena de dios, esperando que el consenso lo arregle todo, envuelto en progresía y lugares comunes. Y si llueve, esperando a que escampe.
Con la secreta indolencia del que un día creyó en algo que no tenía nada que ver con el coche oficial, que estaba más allá de las dietas y la alcaldía y al otro lado de las consignas; algo que ahora le gustaría recordar, pero que ya no sabe ni qué es exactamente ni adonde ha ido a parar.
Ese algo era una voluntad radical y transformadora. Una ética personal (que haría imposible, por ejemplo, predicar las bondades de la enseñanza pública y llevar a los niños a un colegio privado) y una ética social y política que nace de la austeridad en el manejo de los recursos públicos y que tiene por objetivo primordial promover la igualdad de oportunidades y la libertad (porque aquella, sin esta, no vale nada y sin igualdad no hay auténtica libertad).
No es más socialista el que más piscinas construye. Ni el que más prestaciones de desempleo distribuye. Eso es populismo: no socialismo. No se trata de perpetuar las desigualdades con el formol de los subsidios, sino de promover el cambio social allí donde ese cambio resulta imprescindible: mejorando el sistema educativo, promoviendo y estimulando la competitividad, reformando a fondo nuestro costoso y redundante aparato institucional y dando una completa vuelta de tuerca a nuestra troglodítica administración pública para que se convierta en un agente facilitador del cambio y no en un paramo por el que deambulan ingentes mesnadas de dinosaurios políticos y sindicales.
Hay muchas cosas que hacer. Pero hay que afrontarlas con hechos, no moviendo los labios. Con auténtica determinación y no sólo con apelaciones al consenso (para que otros hagan aquello que no nos atrevemos a hacer).
Recordando que uno no es socialista porque tenga un carnet sino porque un día, hace mucho tiempo, fue poseído por una idea que era una buena idea y creyó que la política era la mejor herramienta para ponerla en práctica.
Espero que más pronto que tarde alguien acabe por recordarlo.
PD. La única forma de que el que te presta el dinero no sea tu dueño es que no necesites que te lo preste. Entonces la prima de riesgo no importa. Pero claro, nadie en España -nadie de ningún partido- pareció recordar algo tan elemental en los buenos tiempos, cuando ordeñar la vaca era fácil y el dinero circulaba a toda velocidad.
En los buenos tiempos hizo (algunas) cosas que quería hacer y no las hizo mal. Luego, al llegar la crisis, después de negar su existencia, se quedó parado en medio del ring, como un boxeador sonado, con la guardia baja, sin saber cómo defenderse de los golpes que uno a uno le iban cayendo (con algunas sonoras estupideces intermedias como los alucinógenos Planes E).
Al final, ante la presión de los que prestan el dinero (que siempre han mandado, antes y ahora) y la sucesión de malas noticias económicas empezó a hacer cosas que estoy seguro de que no quería hacer, pero que, para entonces, como buena víctima de sus propios errores, ya no tenía más remedio que hacer.
Eso no es nada raro en si mismo. A todos nos pasa tarde o temprano que escupimos y se nos cae encima.
El problema de Zapatero y del PSOE -por elevación- es que lleva bastante tiempo sin un plan. Sin algo en lo que creer que no sea un puñado de palabras. Por eso viaja a la deriva, un poco a tontas y a locas, sin afrontar nada, a la buena de dios, esperando que el consenso lo arregle todo, envuelto en progresía y lugares comunes. Y si llueve, esperando a que escampe.
Con la secreta indolencia del que un día creyó en algo que no tenía nada que ver con el coche oficial, que estaba más allá de las dietas y la alcaldía y al otro lado de las consignas; algo que ahora le gustaría recordar, pero que ya no sabe ni qué es exactamente ni adonde ha ido a parar.
Ese algo era una voluntad radical y transformadora. Una ética personal (que haría imposible, por ejemplo, predicar las bondades de la enseñanza pública y llevar a los niños a un colegio privado) y una ética social y política que nace de la austeridad en el manejo de los recursos públicos y que tiene por objetivo primordial promover la igualdad de oportunidades y la libertad (porque aquella, sin esta, no vale nada y sin igualdad no hay auténtica libertad).
No es más socialista el que más piscinas construye. Ni el que más prestaciones de desempleo distribuye. Eso es populismo: no socialismo. No se trata de perpetuar las desigualdades con el formol de los subsidios, sino de promover el cambio social allí donde ese cambio resulta imprescindible: mejorando el sistema educativo, promoviendo y estimulando la competitividad, reformando a fondo nuestro costoso y redundante aparato institucional y dando una completa vuelta de tuerca a nuestra troglodítica administración pública para que se convierta en un agente facilitador del cambio y no en un paramo por el que deambulan ingentes mesnadas de dinosaurios políticos y sindicales.
Hay muchas cosas que hacer. Pero hay que afrontarlas con hechos, no moviendo los labios. Con auténtica determinación y no sólo con apelaciones al consenso (para que otros hagan aquello que no nos atrevemos a hacer).
Recordando que uno no es socialista porque tenga un carnet sino porque un día, hace mucho tiempo, fue poseído por una idea que era una buena idea y creyó que la política era la mejor herramienta para ponerla en práctica.
Espero que más pronto que tarde alguien acabe por recordarlo.
PD. La única forma de que el que te presta el dinero no sea tu dueño es que no necesites que te lo preste. Entonces la prima de riesgo no importa. Pero claro, nadie en España -nadie de ningún partido- pareció recordar algo tan elemental en los buenos tiempos, cuando ordeñar la vaca era fácil y el dinero circulaba a toda velocidad.
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