Áreas de servicio



En cuanto me vio se acercó corriendo y me dijo que se alegraba de verme. También dijo que estaba espléndido, espléndido como un vino añejo. Añejo era, de todas, la única palabra que se aproximaba a la realidad, pero dicha por una chica tan guapa y tan joven, la frase sonaba a música celestial.

Me preguntó si me apetecía charlar un momento. Le dije que si, pero que prefería hacerlo afuera, así que salimos por la parte de atrás de la cafetería y nos quedamos un buen rato conversando allí en medio del descampado, bajo un manto de nubes que sobrevolaban al sobrecogedor paisaje de los Monegros.

Me explicó que se había casado hacía un año. Ella y su marido se dedicaban a la ruta de Alemanía y se habían comprado otras tres cabezas tractoras porque el negocio, pese a la crisis, iba viento en popa. Además él era cariñoso y la trataba bien.

Estaba radiante y más guapa que nunca, pero no se lo dije por esa timidez infranqueable que me acompaña desde niño y que me ha jugado tantas malas pasadas. Debería haberlo hecho, pero no lo hice.

Me preguntó que qué tal llevaba el asunto de la bebida y yo le expliqué que llevaba dos años completamente limpio. Que aquello era ya como de otra vida y que sentía que las cosas hubieran sido de aquella manera, pero que ya sabía que yo era otra persona cuando bebía. Ella asentía sin dejar de sonreir pero se notaba que había un velo de tristeza en sus ojos.

Tenía que irme, así que nos despedimos. Al salir del área de servicio me quedé un buen rato viéndola alejarse por el retrovisor, hasta que, un momento después, ella y su Scania V8 de color púrpura quedaron atrás y se fundieron con las sombras del anochecer.

Se puso a llover a cántaros y se formó una buena en la circunvalación de Zaragoza. Luego, de pronto, la lluvia se detuvo y las nubes dejaron paso a la tenue luz de la luna de cuarto menguante.

Me detuve al pasar Logroño, en el área de servicio. No era una buena idea porque salir en ese lugar de la autopista te obliga a dar una rodeo bastante grande y por eso los camioneros solíamos evitarla. Yo no llevaba ni dos horas de ruta, pero acababa de recordar que había sido allí, precisamente en aquella área de servicio, dónde nos habíamos encontrado por primera vez y supongo que sucumbí a uno de mis frecuentes y deplorables ataques de melancolía.

Pasé de largo frente a la gasolinera y traté de encontrar el lugar exacto. Creí encontrarlo al fondo, casí al final, dónde comienzan los árboles y acaban las últimas mesas del merendero.

El lugar estaba desierto y al bajar la ventanilla sólo se escuchaba el susurro del viento atravesando las hojas de los álamos. Encendí la radio, puse un poco de música e incliné el respaldo para pasar el rato contemplando las estrellas.

No se cuanto tiempo estuve dormido. Cuando desperté me pareció que hacía frío y en la radio sonaba la voz desgarrada de Jeff Bridges cantando Hold on You.

Entonces me di cuenta de que lo que me había despertado era el brillo en el retrovisor de las luces de un Scania V8 de color púrpura que acababa de detenerse.

I’ve been loved
And I’ve been alone
All my life I’ve been a rollin’ stone
Done everything that a man can do
Everything but get a hold on you.



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