No sólo Froilán se divierte tirando tiritos



La Generalitat, en aquella época -no tan distante en el tiempo y sin embargo, tan lejana en la memoria- en la que todo parecía ir viento en popa, Millet campaba a sus anchas por el Liceu llevándoselo crudo y los perros se amarraban con fuets de Vic, tenía prisa, mucha prisa. Había que desplegar a los mossos a todo trapo para expulsar a todos esos charneguísimos policías y guardias civiles españoles que, muy a su pesar, todavía patrullaban por los campos y ciudades de Cataluña inoculando el oprobioso virus de la lengua castellana.

Era, obviamente, una cuestión ideológica. Una nada sutil y muy obvia limpieza étnico-linguística por desplazamiento (ja venen els nostres, que se'n vagin els altres) que yo viví en primera persona como auxiliar administrativo en el servicio de personal de la policía de Barcelona. Había que "culminar el despliegue de los Mossos" costara lo que costara. El precio no era importante. 

Como había tanta urgencia se convocaban oposiciones a mansalva y se ofertaban cantidades ingentes de plazas de Mosso d'Esquadra: más madera (en este caso, más maderos). Así, de esta forma, con tantas prisas y tan pocos miramientos,  cientos de jóvenes catalanes sustituyeron de repente el arado, la esquila de ovejas, el tocho medianero, el after, la cola del paro y los suspensos en la universidad por el arma reglamentaria, el uniforme, la gorra y un sueldo muy por encima del que cobraban sus colegas al otro lado de los Monegros.

Y, como ocurre siempre que se rebajan los criterios de selección, bastantes de los aspirantes que superaron los procesos selectivos (sic) no eran precisamente la élite de la juventud ni la sal de la tierra. Y empezaron a ocurrir cosas como que un muchacho se entretenía pegando tiros a diestro y siniestro o que un colega suyo, con añoranza seguramente de los tiempos en los que se dedicaba a maltratar a las cabras de su padre, le pegaba una hostia sin venir a cuento a un ciudadano que ni siquiera se defiende al recibir la galleta (menos mal, porque si no el pobre lo hubiera tenido más crudo todavía).

El resultado es que ahora hondonadas de poligoneros con patillas recortadas, canis de gimnasio que se cruzan de brazos en las esquinas, exporteros de discoteca y chulillos de tres al cuarto que no se quitan las Ray-Ban ni para ducharse, algunos de ellos con severas dificultades de comprensión lectora, andan por ahí investidos de uniforme y poco menos que perdonando vidas, para desesperación de buena parte de sus compañeros, que, por eso de la solidaridad mal entendida, no saben si mirar a otro lado, cortarse las venas o dejárselas largas.

Y claro, ocurren cosas como estas:



Mi argumento no reposa sobre la absurda idea de que policías y guardias civiles son hermanitas de la caridad -más les vale no serlo-. También esos cuerpos están o estaban formados por individuos de humilde extracción social y nada hay de malo en ello (bien al contrario, sino dónde estaría yo mismo).  Y entre los mossos hay infinidad de policías muy competentes y bien preparados. El problema es que los policías y los guardias civiles, incluso los más atorrentados y paroxísticos, eran ciudadanos de sueldos modestos que muchas veces se veían obligados a trabajar por las tardes de taxistas, vendedores del círculo de lectores o instaladores de persianas (cito tres ejemplos reales que conozco de primera mano) para poder llegar a fin de mes y eso, quieras que no, humaniza y te devuelve el sentido de la realidad si por un casual el uniforme te ha apartado de él.

En cambio, una parte de los mossos une a la habitual y tan común prepotencia policial (cualquier psicólogo social sabe que va adherida al uniforme) una específica prepotencia de clase: somos mossos, la élite policial (al menos la élite salarial en términos policiales) y además somos guays porque somos la policía nacional de Cataluña y los defensores de las sacrosantas esencias nacionales. Y todo eso no humaniza mucho precisamente sino todo lo contrario.

Resumiendo: a muchos mossos les haría falta pasarse unas cuantas tardes instalando persianas, que eso quita mucho la tontería.

PD. Entonces no importaba el precio. Ahora, con la nómina de funcionarios despatarrada, a la Generalitat ya le preocupan bastante más los sueldos de su cohorte de funcionarios y a ellos dedica los mejores de sus desvelos (en forma de recortes). 

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