La estupidez
Una de la personas a las que más
admiro, Carlo Cipolla, enunció hace años la que denominó la Primera Ley
Fundamental de la estupidez humana, que sostiene que:
"Siempre e inevitablemente
cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan
por el mundo".
La crisis económica que nos
invade es un buen ejemplo: individuos que, en teoría, contaban con una
magnífico curriculum y habían asumido importantes responsabilidades -políticas
o financieras- han resultado ser auténticos bobos y cada día que pasa resulta
más y más evidente que nosotros, todos los demás, los mortales, tardaremos
bastantes años en hacer frente a las consecuencias de sus descomunales estupideces.
De hecho, esta evidencia es
coherente con la segunda Ley Fundamental enunciada por Cipolla:
"La probabilidad de que una
persona determinada sea estúpida es independiente de cualquier otra característica
de la misma persona".
Durante años vivimos inmersos en
la ficción de que nuestros dirigentes políticos, universitarios y económicos
eran individuos dotados de grandes cualidades intelectuales, brillantes
gestores y taimados estrategas. Pero no era verdad: sólo se dejaban llevar por
la ola buena y entre sus huestes había tantos bobos como en cualquier otro ámbito de la sociedad (quizás más, porque nuestro sistema político estimula la adulación, la hipocresía y el servilismo en detrimento del mérito y la capacidad).
Una ola que convertía en
invisible cualquier error, porque siempre se podía sepultar ese error bajo de
un montón de dinero, unos cuantos doctorados honoris causa y esas suculentas
primas y bonus de las que tanto se
han beneficiado las abnegadas prostitutas que pueblan los clubs de alterne y las carreteras secundarias de media España.
Hasta que, de pronto, se cerró el
grifo y el príncipe apareció completamente desnudo. Las Cajas (antes modelo de
gestión) dejaron de parecer una idea tan buena. El déficit (de todos los
colores y sensibilidades políticas) empezó a asomar la patita y, para sorpresa
de todo el mundo, ya no había el acceso fácil al crédito de antaño para arreglarlo echando más dinero encima. En
paralelo, el mercado inmobiliario explotó y, en fin, el resto no hace falta
contarlo porque ya es de sobra conocido por todos.
Ellos nos engañaron. Eran trivialmente estúpidos: no sabían
nada, pero sonreían y se comportaban como si lo supieran para llevárselo calentito. Y nosotros, todos nosotros, nos
dejábamos engañar alegremente, porque nos convenía pensar que pasara lo que pasara
siempre se podía seguir huyendo hacia adelante y que, al final, alguien, no se
sabe quién, acabaría por arreglar nuestros problemas. Ni ellos ni nosotros nos preocupamos por las consecuencias de nuestras decisiones. ¿Para qué hacerlo si con aquel estado general de imprevisión nos iba tan estupendamente?
¿Cuando todo esto pase habremos
aprendido algo?
Por supuesto que no.
Incluso ahora, en medio de la
tormenta el ayuntamiento de Tarifa va a urbanizar una de las últimas playas
vírgenes del término municipal para "dar trabajo al pueblo".
¿De verdad nadie ha oído eso antes?
PD. Lo más curioso del accidente que mató a Ayrton Senna es que no tenía ni un hueso roto. Ni un sólo moratón. Pero una barra de la suspensión le había atravesado el cráneo: sin ella podría haberse ido andando a los boxes como si tal cosa. Desde entonces se ha especulado mucho sobre la auténtica causa del accidente (falta de adherencia de los neumáticos por un safety car demasiado lento, defectos de diseño, desgaste de los materiales) pero, cuanto más veo el vídeo del accidente más seguro estoy de que lo que le mató en realidad fue la imprevisión: en la curva de Tamburello, la más rápida y peligrosa de Ímola, no había ningún mecanismo de protección entre su coche y el muro de cemento contra el que Senna se estrelló a 210 por hora.
PD. Lo más curioso del accidente que mató a Ayrton Senna es que no tenía ni un hueso roto. Ni un sólo moratón. Pero una barra de la suspensión le había atravesado el cráneo: sin ella podría haberse ido andando a los boxes como si tal cosa. Desde entonces se ha especulado mucho sobre la auténtica causa del accidente (falta de adherencia de los neumáticos por un safety car demasiado lento, defectos de diseño, desgaste de los materiales) pero, cuanto más veo el vídeo del accidente más seguro estoy de que lo que le mató en realidad fue la imprevisión: en la curva de Tamburello, la más rápida y peligrosa de Ímola, no había ningún mecanismo de protección entre su coche y el muro de cemento contra el que Senna se estrelló a 210 por hora.
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