Amores a primera vista

Yo me crié entre gente que creía hablar castellano pero que en realidad hablaba bable. Y bable es la lengua en la que todavía hoy hablo con mi madre y la lengua con la que hablaría con mi padre o con mi abuela si tuviera tarifa plana de Ouija. 

El castellano vino después. Supongo que lo aprendí sin darme cuenta, un poco a través de la televisión y otro poco a través del colegio, pero, sea como fuere, de lo que sí estoy seguro es de que aquello fue un amor a primera vista tan irrefutable como el sol del mediodía, porque esa lengua, que ni siquiera elegí, se convirtió muy pronto en la única patria que, allá en lo más hondo, siempre he sentido como propia.

Más tarde aprendí otras: el inglés, que lastimosa e irremediablemente voy olvidando, y, por supuesto, el catalán. 

Es curioso porque, mientras escribía esto acabo de darme cuenta de que hace ya más de veinte años que vivo en Cataluña. Lo primero que escuché en catalán fue, desde la habitación de un hotel, la retransmisión televisiva de un partido entre Sttefi Graf y Arancha Sánchez Vicario. Si mal recuerdo, por un obvio malentendido fonético, durante un buen rato me pareció que en la tele se referían a Graf como "la alimaña", cosa que me impresionó bastante (supongo que debí pensar algo así como... joder, aquí no se andan con tonterías).

Al cabo de los años me saqué unos cuantos títulos oficiales y hasta aprobé unas oposiciones de la Generalitat, pero nunca llegué a convertirme en un catalanohablante tan activo como sería de desear por una razón del todo ideosincrásica: yo siento que soy, de manera irremediable y sustantiva, la resultante de mi peculiar forma de expresarme y, por eso mismo, si hablo catalán o inglés soy consciente de que no soy yo, sino yo intentando traducir mi propio discurso, así que, si tengo ocasión de elegir, como me gusto mucho más en versión original, procuro atenerme a ella.

Lo que intento explicar es que si yo me expreso en una lengua que no sea el castellano me convierto sin quererlo en un individuo más idiota (si cabe) porque el lenguaje no es, como suele pensarse, un mero vehículo de comunicación (que ya es mucho), sino el soporte y el entramado del pensamiento. Las cosas sólo existen de verdad cuando podemos enunciarlas y, de igual forma, la ideas necesitan el sustrato de la lengua para cobrar vida. 

Y el único sustrato en el que yo me reconozco y chapoteo con toda naturalidad es, por suerte o por desgracia, el de la vieja y solemne lengua castellana que Sancho Panza maltrataba por los caminos de Barcelona a copia de refranes. 

Aquella en la que, no puede ser de otra forma, cuando mis lentos ojos ya no vuelvan a ver los tuyos, susurraré tu nombre antes de exhalar mi último aliento. 

País

Tus ojos son de donde
la nieve no ha manchado
la luz, y entre las palmas
el aire
invisible es de claro.

Tu deseo es de donde
a los cuerpos se alía
lo animal con la gracia
secreta
de mirada y sonrisa.

Tu existir es de donde
percibe el pensamiento,
por la arena de mares
amigos,
la eternidad en tiempo.


(Luis Cernuda)


PD. Por eso cada lengua de las miles que pueblan la tierra me parece fascinante: porque no ignoro que involucra una forma única y singular de asomarse al universo y de procesar todo el variopinto abanico de experiencias, sensaciones, deseos e ideas que integran la convulsa e incomparable experiencia de la vida humana.

Eso ocurre también, por supuesto, con el catalán. 

Una noche, al poco de llegar a Barcelona, fui a ver-oir el piromusical de las fiestas de la Merce. Las canciones se sucedían entre chorros de colores que se elevaban hacia un cielo cubierto de estrellas medio rotas cuando, de pronto, por los altavoces empezó a sonar una canción de Joan Manel Serrat que yo no había oído nunca:

Ella em va estimar tant...
Jo me l'estimo encara.
Plegats vam travessar
una porta tancada.

Era, por supuesto, la primera estrofa de Paraules d'amor de Joan Manel Serrat. Supongo que debió sorprenderme la extraordinaria musicalidad de la lengua catalana, pero lo que de verdad me erizo el cabello fue que en un instante el aire se lleno de electricidad y, con un estremecimiento colectivo, todo el mundo empezó a cantar una canción que hablaba de cosas muy hermosas, esas cosas que sólo se pueden explicar y entender de verdad en la lengua en la que uno se enamoró por primera vez, en ese tiempo (ay!) demasiado lejano y demasiado borroso en el que no en sabíem més, teníem quinze anys i en teníem prou amb tres frases fetes ... 

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