Psoedilla antes de Navidad

 
 
El PSC dice ahora (o sea, ayer, mañana nadie sabe lo que dirá) que (la sandez merece una mención literal): "se abstendrá en todas y cada una de las votaciones que afecten al derecho a decidir de los catalanes."
 
Al oírlo me quedé atónito. Con cara de bobo, vamos. Un partido proclama que, en todo lo relativo a una cuestión tan sustantiva, no dirá ni que si ni que no sino todo lo contrario. O sea nada. ¿No se supone que si un partido existe es precisamente porque tiene algo que decir sobre los asuntos fundamentales de la vida pública? Como dijo Artur Mas... ¿Y si están a favor de cualquier iniciativa en esa materia? ¿Se abstendrán? ¿Y si están en contra? ¿Se abstendrán también?
 
Superado el asombro inicial, me di cuenta de que mi primera impresión (menuda panda de deficientes mentales gobierna el PSC) era errónea y que, sin darme cuenta, acababa de ser testigo de un hito que habrá de tener un eco perdurable en los anales de la historia política: la transustanciación de un viejo partido en la nada misma, la esferificación de la voluntad política, la aniquilación de la ideología y la sublimación de la estupidez. Todo en un solo acto.
 
Vista así la cosa tiene su mérito.
 
Señales ya había, esa es la verdad. Para empezar a Maragall le había sustituido un individuo (Montilla) que no era precisamente un líder carismático ni un intelectual de prestigio sino, por decirlo sin tener que visitar los juzgados de lo penal, una cosa meliflua muy parecida a un cocido de garbanzos falto de dos o tres hervores y no pequeños, de sonrisa agarrotada y cierto aire ausente, como de borbón hijo de primos segundos al que le cuesta horrores cualquier cosa que no sea rascarse el lomo.
 
Después de su caótico gobierno tripartito y de la subsiguiente debacle electoral, le sucedió un sujeto educado y con cara de buen chico, alcalde de Terrassa y dicen que yerno perfecto, dotado de la discutible virtud política de resultar casi invisible, como los viejos vampiros en los espejos (digo los viejos porque los nuevos, los de Crepúsculo, si se reflejan y, encima, si les da el sol, parecen una pechuga de pollo rebozada en purpurina). Si doy tantos requiebros es porque, les seré franco (con minúscula), ahora mismo ni siquiera soy capaz de recordar su nombre, cosa que, además de posible síntoma de una enfermedad neurodegenerativa, quiero pensar que tiene que ver con esa transparencia suya tan evanescente.
 
Así llegamos al día de ayer, en el que se consumó la desaparición por combustión espontánea del PSC. Los partidarios del derecho a decidir no le votarán. Los contrarios tampoco. Los preocupados por las políticas sociales votarán a Iniciativa y si son independentistas a los de las CUPS. Los nacionalistas españoles de derechas, por supuesto, al PP y si no son de derechas a Ciutadans.
 
Todo eso tiene su lógica. Lo que será muy difícil, incluso para el más predispuesto de los votantes, será justificar su voto a un partido que, en la hora decisiva, ha elegido ponerse de perfil, adoptar la pose de un Don Tancredo cualquiera, hacer como que silba, enterrar la cabeza en un hoyo y, en fin, ahogarse sin ni siquiera agitar los brazos en las arenas movedizas de su propia irrelevancia y de su vergonzante falta de proyecto.
 
Como Baumgartner: en caída libre.

Pero sin paracaídas.
 

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