Errores
Aquella primavera yo andaba algo enamorado, pero el verano se demoró tanto que cuando empecé a darme cuenta de que ella nunca me había querido el otoño ya languidecía atropellado al pie de los árboles, así que, para eludir una depresión que había comenzado a merodearme como un perro cargado de pulgas, no tuve más remedio que salir por piernas y refugiarme en Lisboa, la única ciudad que siempre parece tan triste como uno por muy triste que uno llegue a estar y la única en la que a nadie le parece raro que apenas tengas fuerzas para quedarte ahí, apoyado en una barandilla de la Alfama, mirando las nubes que flotan en bandadas sobre el río, con ese aire afligido y vagamente poético de las vacas que contemplan el paso de un tren de mercancías.
Por lo demás, yo ya venía siendo un idiota y como la quería tanto me había convertido en una especie de idiota superlativo, un bobo al cuadrado, así que, abandonando la poca dignidad que todavía me quedaba, la llame un par de veces, sólo para tener la ocasión de comprobar que ni siquiera se ponía al teléfono. La tercera vez que lo intenté debí marcar mal y me contestó una señora con acento andaluz que, muy amablemente, me explicó que todos nos equivocábamos alguna vez y que era una tontería darles a las cosas más importancia de la que tenían, reflexión de corte filosófico que, ciertamente, no dejaba de ser juiciosa y la mar de razonable, pero que a mi, en aquel preciso momento, me importaba un pepino.
Por lo demás, yo ya venía siendo un idiota y como la quería tanto me había convertido en una especie de idiota superlativo, un bobo al cuadrado, así que, abandonando la poca dignidad que todavía me quedaba, la llame un par de veces, sólo para tener la ocasión de comprobar que ni siquiera se ponía al teléfono. La tercera vez que lo intenté debí marcar mal y me contestó una señora con acento andaluz que, muy amablemente, me explicó que todos nos equivocábamos alguna vez y que era una tontería darles a las cosas más importancia de la que tenían, reflexión de corte filosófico que, ciertamente, no dejaba de ser juiciosa y la mar de razonable, pero que a mi, en aquel preciso momento, me importaba un pepino.
A los dos días me llamaron para decirme que se había suicidado Jenaro, un compañero del colegio que había sido mi alter ego durante todo el tercer curso de EGB y al que siempre me había sentido muy unido, así que regresé a Asturias para el funeral y con el trasiego y los viajes no volví a acordarme de aquella formidable y radiante hija de puta, si exceptuamos algunas noches, pocas, en las que fuerzo la máquina de beber más de la cuenta, se me olvida lo mucho que he jurado olvidarla y vuelvo a llamarla por teléfono a las tres de la mañana para declararle, con evidente desesperación y poco juicio, que nunca he dejado de quererla.
Exei na Primavera o cheiro a cravo
rosa e quimera que me encravam na memória que inventei
e andei
como quem espera
pelo fracasso
contra mazela em corpo de aço
nas ruelas do desdém
e a mim que importa
se é bem ou mal
se me falha a cor da chama a vida toda
é-me igual
vi sem volta
queira eu ou não
que me calhe a vida
insane e vossa em boda
até ao verão
deixei na primavera o som do encanto
riça promessa e sono santo
já não sei o que é dormir bem
e andei pelas favelas
do que eu faço
ora tropeço em erros crassos
ora esqueço onde errei
e a mim que importa
se é bem ou mal
se me falha a cor da chama a vida toda
é-me igual
vi sem volta
queira eu ou não
que me calhe a vida
insane e vossa em
boda
até ao verão
......
deixei
na primavera o som do encanto.
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