Malos pensamientos



Esa noche en la que tu mejor amiga te tiene una hora al teléfono para contarte que está fatal porque su novio y ella han tenido una discusión tremenda y lo han dejado y que la cosa ya no tiene arreglo, porque os habéis dado cuenta de que lo vuestro no tiene ningún futuro y tu la consuelas lo mejor que se te ocurre, intentando disimular el hecho de que si no fuera porque es la una de la mañana, afuera hace frío y los vecinos creerían que estás loco de remate, saldrías a la terraza en calzones y te pondrías a hacer cabriolas y tirabuzones de puro contento, porque, para que nos vamos a engañar, la única razón por la que desde hace casi doce años ella es tu amiga es porque nunca has encontrado la manera, la ocasión, el momento ni el instante de decirle que la quieres con locura y por eso ahora, por mucho que intentas empatizar con la profunda tristeza que ella experimenta, hay que resignarse y aceptar que la empatía bien entendida empieza por uno mismo y que por eso desde hace más o menos una hora tienes la extraña y reconfortante sensación de que en la vida ha comenzado a soplar una brisa la mar de agradable, como si en esta fría noche de febrero ya comenzara a presentirse el verano.

 

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