Los otros caudillos
La historia moderna de latinoamérica se resume como sigue: tras la descolonización unos cuantos listos se hicieron con el poder y lo ejercieron al estilo Frodo en el Señor de los Anillos (es decir, sin soltarlo ni para ir al baño) a través de todo tipo de regímenes políticos, dictatoriales o democráticos. Con gran parte de la población subsistiendo en condiciones infrahumanas y casi feudales, las castas de oligarcas que dirigen el cotarro organizaron, para mantener las apariencias, un teatral sistema de partidos políticos que se alternaban como marionetas para acceder al poder y, muy en particular, para el ejercicio continuado del robo y la delincuencia organizada a costa del ciudadano.
En algunos de esos países, en respuesta a ese estado de cosas, aparecieron formas de populismo de corte mesiánico y personalista -el salvador que se alza de la tierra cual Jesucristo resucitado para redimir al pueblo de la tiranía-. Con un lenguaje más o menos revolucionario y una fuerte dosis de paternalismo de vez en cuando aparecía aquí y allá un Perón que otro que, con un lenguaje torrencial y un estilo más o menos virulento y atropellador, prometía librar al pueblo de sus cadenas.
Hugo Chávez era uno de esos. Con un curioso paralelismo histórico con Hitler, primero lo intentó por la fuerza y luego, tras fracasar su intento de golpe de estado (en el que al parecer se comportó como una oveja medrosa) recurriendo a la vía democrática; si por democracia se entiende que te voten en masa y aprovechar la coyuntura para pasarte el estado de derecho por el arco del triunfo. Y también como Hitler (no se asusten, ahí acaban los paralelismos) ensayó una especie de vía pseudomilitar y ultranacionalista al socialismo, que ya había intentado, por ejemplo, David Toro en Bolivia en los años treinta, al nacionalizar los recursos petrolíferos que explotaba la estadounidense Standard Oil e instaurar una efímera "revolución militar socialista".
Lo bueno de Chávez era que, a diferencia de Fidel Castro y Evo Morales, que son aburridísimos pero no lo saben porque nadie es lo bastante suicida como para decírselo, en ocasiones daba risa y a veces era hasta gracioso (que no es lo mismo). Igual salía en televisión anunciando que iba a propinarle unos polvos a su mujer, que ordenaba en vivo y en directo a sus ministros cualquier cosa que se le pasara por la cabeza: expropiar un edificio o regalarle una casa a la chica que resultó ser su seguidora número 3 millones en twitter.
Desde Europa juzgamos estos regímenes paternalistas con una mirada complaciente y cierto aire de superioridad, sin detenernos a pensar que la razón que explica la existencia de todos esos caudillos pueriles y sudorosos es que lo que había antes era aún peor. En Venezuela, sin ir más lejos, gobernaba un presunto socialista, Carlos Andrés Pérez, íntimo de Felipe González, que acabaría sus días refugiado en Miami para escapar de una posible extradición por delitos económicos.
De esa herida social mal cicatrizada nace ese gorilismo político que Chávez encarnaba tan bien y ese primitivismo en el que cohabitan elementos contradictorios (neo-comunismo y ultra-nacionalismo, apelaciones a la igualdad y a los derechos del pueblo y totalitarismo), todo en medio de una trasnochada retórica de tómbola ferial y de una estética cargante a base de chandals de colorines y gorras rojas de inspiración militar, cuya estación terminal suele ser la bancarrota en manos de algún pariente del líder en el que, por esos azares del nepotismo a los que parecen ser tan sensibles todos los regímenes comunistas, se perpetúa el ejercicio del poder (el todavía más aburrido hermano de Castro, ese avispado hijo del impronunciable líder norcoreano que amenaza estos días nada menos que con iniciar una contienda nuclear con los Estados Unidos o el yerno de Chávez, que ya es vicepresidente).
PD. No todas las excentricidades de Chávez eran nocivas. En el año 2007 presentó una ley que, para "preservar el equilibrio y desarrollo integral del niño", prohibía una serie de nombres que los venezolanos de menores recursos solían poner con asiduidad a sus hijos, tales como Hitler, Apolo Tres, Kennedy o John Wayne. A juzgar por lo que escucho cuando tránsito por los parques públicos, convendría ir tomando nota de la medida.
PD2. Hace años, durante una cumbre en Santa Marta a la que acudían Chávez y el entonces presidente colombiano Andrés Pastrana, los periodistas se sorprendieron al comprobar que mientras que a Pastrana lo acompañaban apenas cinco personas el equipo de Chávez rozaba el centenar sin contar un numeroso cuerpo de seguridad. Algunos de los miembros de la comitiva explicaron después, fuera de micrófonos, que la función de esa extensa comitiva era organizarle a Chávez en sus viajes un caluroso "recibimiento espontáneo" en cualquier parte del mundo, como se hacía siempre con Fidel Castro. Uno de los miembros de la comitiva era, por cierto, un "catavenenos" que, como el de Ceaucescu, ingería previamente toda la comida que luego había de degustar el líder de la revolución bolivariana.
PD3. Cuando escucho eso de que "Con Chávez y Maduro el pueblo está seguro" me hago una idea de porqué (afortunadamente) la revolución y la poesía no suelen ir de la mano. Convendría prestar atención al tal Maduro, que, a la vista de su lacrimógena despedida del finado (que ya hubiera querido para sí Arias Navarro) apunta grandes condiciones en esto de la opera bufa política.
Aquí, los dos departiendo de sus revoluciones y sus cosicas.
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