Imbéciles


Un blog es también el espejo de un estado de ánimo (de ahí lo de fatales espejos, lo pillan ahora ahora?) y el mío ha estado muy liado estos meses con estúpidos asuntos laborales que me han hecho descuidar el vicio de escribir unas líneas. Cuando uno cambia de trabajo siempre experimenta algunas dudas de esas conspiran en perjuicio del sueño: ¿podré hacerlo? ¿lo haré bien? Con el tiempo, sin embargo, uno se da cuenta de que con un poco de voluntad se puede conseguir casi cualquier cosa (al menos cualquier cosa de las que hace la administración, que son siempre tonterías más o menos rocambolescas). Por desgracia, esa tranquilidad creciente a menudo va acompañada de otras sensaciones menos gratificantes, como la de que, por alguna razón, la naturaleza parece maquinar de forma taimada para convertir en subdirectores generales y gerifaltes varios a los individuos dotados de mayores índices de cretinidad que uno pueda llegar a imaginarse y que, además, ya les gustaría a ellos hacer su trabajo la mitad de bien de lo que tú haces el tuyo, por mucho que para que eso fuera posible tendrían que estar dotados de un órgano parecido a un cerebro en vez de un carnet del partido, cosa que por desgracia cada vez ocurre menos, así que, como diría José Mota, las ovejas que entran por las que salen y vuelta a empezar, que al fin y al cabo se trata de eso, de empezar otra vez tantas veces como se pueda, hasta que un día se te venga encima una bala perdida, un tranvía sin frenos o un ex-portavoz del PP borracho y en el último instante, demasiado tarde, tengas la luminosa revelación de que te has pasado la vida desgastando los muelles del cerebro en pavadas que no le importan a nadie.

Pues eso, que he vuelto. Y que les vayan dando, mucho.

PD. No odio a todos esos indigentes intelectuales que dirigen la administración. Es sólo, como diría una señora a la que escuché esta memorable frase el otro día, que si alguien les ata yo, que quieren que les diga, no les desato. 

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