Islas



"Cada miembro de una familia es como una isla de un archipiélago, cada uno forma parte de un todo y sin embargo están solos y aislados. Y separándose un poco más cada día."

La frase, pronunciada por la voz en off de Matt King (George Clooney) en "Los descendientes" (una de esas raras películas que al primer visionado te parece buena, al segundo muy buena y, a partir del tercero, formidable), pertenece a ese género de verdades simples y dolorosas que sólo se aprecian del todo a partir del momento en que uno deja de alegrarse con la llegada de cada nuevo cumpleaños.

Al principio toda la familia se acurruca en el sofá para ver la película de los sábados por la tarde en el televisor. Allí, abrazados bajo las mantas y medio dormidos, todos parecen creer que ese momento será eterno y que permanecerán juntos para siempre. Pero no es así. Pronto la hija mayor querrá salir con sus amigas y no mucho más tarde se echará novio; la otra se irá a Barcelona a estudiar farmacia y el tercero hará oposiciones a Policía Nacional y será destinado a un puesto fronterizo cerca de Andorra.

Y así, por esa vía, cada día os veréis menos. Con todo, mientras los padres viven ese vínculo, aunque atenuado, sigue ahí, en forma de comidas de navidad o de visitas ocasionales que poco a poco se irán espaciando. Pero ni siquiera los padres viven siempre y un día descubres que, aunque resulte inconcebible, ellos ya no están y que tu hermano, ese que jugaba contigo a la pelota, es un extraño o, aún peor, un completo imbécil y así, por esa inexorable entropía de la vida a la que nada se escapa, la familia se irá desgajando poco a poco.

La paradoja es que siempre fuisteis completos extraños pero como vivíais tan cerca unos de otros no teníais ni idea de que era así y, por otra parte, y está es la miserable moraleja del asunto, como ocurre tantas veces, llegar a saberlo no os hará más felices sino todo lo contrario, porque hay certezas en las que es mejor no escarbar y verdades que es mejor guardar a buen recaudo dentro de un baúl en lo más oscuro del desván.

PD. Cuando naces en una familia exuberante de entropía como la mía tienes varías salidas posibles entre las que cabe citar suicidarse o asaltar el instituto con una escopeta de caza (en Europa los fusiles automáticos no suelen estar al alcance del público). Con el tiempo me he dado cuenta de que, por un sencillo mecanismo de compensación, llevo toda la vida intentando que todo el mundo me quiera y que la gente se lleve bien. Si lo primero es difícil, lo segundo es del todo imposible, así que no me queda más remedio que aceptar que nunca acabaré de meter todas las ovejas dentro del redil antes de que llegue el lobo y se las coma. No siempre se gana, ni en eso ni en nada. 

Comentarios