Es mala la desigualdad?



Estos días se ha publicado un informe que acredita que los 85 ciudadanos más ricos del mundo suman tanto dinero como 3.570 millones de pobres. Y que la mitad de la riqueza está en manos del 1%. Este tipo de informaciones, que, como es natural, causan gran asombro e indignación popular, son utilizadas por opinadores y pseudointelectuales de toda laya y pelaje para ilustrar las inagotables perfidias de la economía capitalista.

El cerebro humano está diseñado para buscar correlaciones. Si uno ve una bandada de buitres que sobrevuelan en círculos una colina intuye que por por ahí cerca debe andar (es un decir) un cadáver con las tripas al aire. Para generar información es preciso establecer relaciones entre datos. Por eso cuando mi tía escucha por la radio que unos cuantos ricachos (a los que uno se imagina bien orondos y con un habano en la boca) tienen tanto dinero como no se cuantos millones de pobres (a los que, con escasa originalidad, visualizamos medio en pelota en un poblado de África) tendemos a creer que lo segundo es consecuencia de lo primero: son pobres porque los del puro se han llevado su dinero y se lo están gastando en putas y cocaína (no necesariamente por ese orden). 

Pero las cosas no son lo que parecen. La pobreza es el estado natural del ser humano. Desde la aparición de nuestra civilización hemos sido incesantemente pobres y sólo la economía de mercado ha conseguido que amplias capas de población escapen a un estado en el que el ser humano dependía de la climatología o de su habilidad cazando para sobrevivir. Como subproducto de ese sistema económicos algunos ciudadanos -particularmente listos, particularmente hábiles, particularmente oportunistas o particularmente viles- se enriquecen de forma exorbitante, pero como tendremos ocasión de exponer eso no es intrínsecamente malo. 

Para empezar, la corrección de esas desigualdades (en el caso de que sea menester) no es un asunto que competa a la economía de mercado. Son las instituciones políticas -nuestras instituciones- las que deben procurar un sistema tributario progresivo en el que paguen más los que más tengan. Y cuando esto no es así no es porque "el capitalismo" funcione mal, sino porque la democracia representativa no es capaz de ofrecernos políticos que hagan prevalecer el interés general sobre sus intereses particulares o de partido. 

No fue la economía de mercado la que rescató a las cajas de ahorros con el dinero de la clase media. De hecho las cajas ni siquiera eran mercado sino agencias de colocación de parientes y correligionarios que se repartían el dinero como si no hubiera un mañana mientras navegaban al pairo de la bonanza económica. Pero el mañana llegó y cuando, como era inevitable, sobrevino el naufragio, nuestros políticos no se aprestaron a acudir a la fiscalía para que imputase a todos los responsables (es decir, a ellos mismos), sino que se pusieron a tapar la vía de agua con nuestro dinero. 

A muchos les sorprenderá saber que en una fecha tan cercana como 1960 Asia era más pobre que África y que la pobreza se consideraba un problema intrínsecamente asiático. Hoy la situación se ha invertido de forma radical -tanto que la afirmación anterior nos suena extraña-. Intenten adivinar qué ha sucedido en los países de Asia. La respuesta es la introducción de la economía de mercado. Por citar sólo un ejemplo, cuando China introduce el mercado como pilar de su sistema económico y se abre al exterior su tasa de pobreza baja en pocos años una tercera parte.

La paradoja sobre la que se construye el argumento es que si -por ejemplo- los 100 chinos más ricos aumentan, gracias al oprobioso capitalismo, su riqueza un 500% y los 100 millones de Chinos más pobres lo hacen en un 50% de media... la tasa de desigualdad... habrá aumentado, para enfado de los opinadores y de muchos intelectuales "progresistas" de todo el mundo. ¿Pero alguien que no sea un completo idiota podrá afirmar que esa situación es peor que la anterior?

La pobreza es mala. Pero no acontece por culpa de los ricos ni por los malvados influjos del capitalismo. Ocurre porque en muchos lugares del mundo las instituciones democráticas son frágiles, no existe seguridad jurídica (que es una condición sine qua non de la economía de mercado) y los gobiernos están formados por élites autoritarias que dirigen la economía al sutil modo de Teodoro Obiang: sacrificando a machete a cualquiera que interfiera en sus trapicheos.

Antes de la revolución industrial no había desigualdades. Todo el mundo era pobre. Hasta los nobles estaban infestados de piojos y vivían rodeados de mierda. La agricultura de subsistencia sólo permitía al 99,9% de la población tres privilegios: comer de vez en cuando, vestirse mal y morirse pronto. Un año particularmente crudo exterminaba a un porcentaje asombroso de los campesinos. Cuando aparecen las fábricas y algunos empiezan a sacar la cabeza del agujero sucede que la desigualdad, por supuesto... aumenta. Pero la riqueza no es un juego de suma cero: que haya más ricos no hace más pobres a los pobres. 

Por si les consuela, frente a lo que suele afirmarse, la tasa de pobreza mundial se está reduciendo y a una velocidad considerable. En concreto se ha dividido por 6 desde 1970. No se trata de ningún milagro. Más o menos por esa fecha los países más poblados y más pobres empezaron a desertar de la ilusoria planificación central socialista que los mantenía atados a la pobreza y adoptaron el capitalismo como forma de organización económica. En China, por ejemplo, cuando Mao muere en 1976 casi el 70% de los Chinos vivía por debajo del umbral de la pobreza. Después de cuatro décadas de economía de mercado ese porcentaje es ahora de menos del 0,3%. Eso quiere decir ni más ni menos que un total de 612 de 615 millones de Chinos han dejado de ser pobres. Quizás ahora entiendan porqué los chinos abrazan con tanto fervor el espíritu comercial: porque conocen de primera mano como funciona la otra alternativa.

El capitalismo dista mucho de ser perfecto. Ninguna institución humana lo es. Pero cuando se trata de reducir la pobreza es, con mucho, el mejor sistema económico que jamás hayan divisado los ojos del hombre. 

Naturalmente soy consciente que escribiendo estas cosas no puedo aspirar a ganarme el afecto de las masas, porque la gente, acostumbrada a escuchar siempre la misma música, ha desarrollado una profunda aversión hacia cualquier cosa que contradiga sus creencias, por muy delirantes que estas puedan llegar a ser. Yo siempre he creído lo contrario: que es mi deber confrontar mis ideas con aquellos que sostienen puntos de vista diferentes y que debatir no me contamina ni debilita mis convicciones, sino todo lo contrario. En la vida a menudo es más fácil ver lo oscuro que lo completamente evidente y por eso es preciso cuestionar todo aquello que parece tener una explicación trivial y someter a escrutinio todo lo que nos parece obvio, porque si algo nos enseña la historia es que la humanidad sólo progresa cuando es capaz de hacer valer lo mejor de su ingenio para dejar atrás los prejuicios y los lugares comunes que poco tiempo atrás eran presentados como dogmas de fe. 

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