Gracias por todo



El Barsa acaba de ganar 0-2 al Manchester City y yo, que debería estar contento, me hallo más melancólico que otra cosa, porque en los ecos de esa importante victoria escucho, como un mar de fondo sólo perceptible para los marineros más experimentados, la resonancia de una suave decadencia que Pep Guardiola empezó a vislumbrar no hace demasiado y que, poco a poco, se va confirmando cada día al modo en que ocurren todas las cosas importantes: sin remedio. 

Con todo esa melancolía no es tristeza. Algún día, intuyo que más pronto de lo que nos gustaría, cuando volvamos tener un equipo "normal", de esos que ganan títulos de vez en cuando y juegan más o menos como los demás, los culés recordaremos que una vez vimos jugar a un equipo formado por un puñado de jugadores (Valdés, Piqué, Alves, Iniesta, Messi, Xavi, Pujol, Pedro o Busquets) que no eran precisamente fornidos atletas y que, sin embargo, apenas conjugaban el verbo perder y que nos hacían creer, como los niños malos, que si el otro equipo quería la pelota no tenía más remedio que irse a la tienda y encargar una, porque esa era nuestra y desde luego no teníamos intención de dejársela a nadie.

Educado en décadas de derrotas aprovecho este instante en el que intuyo que esa belleza comienza a declinar para dar las gracias a todos esos pequeños artistas y decirles, aunque no tengan la oportunidad de leerme nunca, que a ellos les debo muchas noches alegres y hasta unas cuantas lágrimas y que cuando dentro de unos años, en una noche de invierno, estemos perdiendo 3-0 en un aguerrido barrizal de Logroño o Sestao, yo invocaré en silencio sus nombres y esbozaré un sonrisa en memoria de un tiempo en el que, siendo los más pequeños erais los más fuertes, os divertíais tocándola como nadie y saludabais al público con la sonrisa de los seres mitológicos que saben que no pueden ser heridos. Un tiempo en el que hasta los entrenadores más corajudos, esos que fingen rezar con el rosario en la mano pero que en realidad invocan al demonio para exorcizarnos, apelotonaban a sus equipos dentro del área pequeña, como prostitutas en una rotonda, para capear el temporal.

Un tiempo en el que nosotros, si, nosotros, éramos la tormenta. 

Gracias por todo. 

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