Sobran las palabras
La vida pone a prueba lo que sabes. O lo que crees saber. Y si eres honesto descubres que en realidad no sabes casi nada. Si eres listo -aunque te comportes como un idiota- tratas de aprender la lección -si es que logras averiguar cuál es, lo que no siempre resulta tan fácil como parece- te levantas, sacudes el polvo de tus zapatos, recoges los bártulos, te disculpas si es menester -nunca está de mas- y sigues adelante.
A mis 44 años, cada día descubro un montón de cosas que no se y que unas cuantas que creía saber que no eran ciertas y que todas nuestras certezas, incluso las más arraigadas acerca de nosotros mismos, de lo que somos y de lo que necesitamos, son, en realidad, poco más que supersticiones que hemos ido adquiriendo a lo largo del camino y que la propia vida, llegado el momento, se encargará de desmentir y desmontar.
Esta noche he estado viendo en Taquilla de Digital Plus una magnífica película: Sobran las palabras. Es, entre otras cosas la última rodada antes de fallecer por James Gandolfini, al que todos conocimos como Toni Soprano. Desde el punto de vista psicológico la película es curiosa porque expresa muy bien el concepto de disonancia cognitiva: Eva, la protagonista (Julia Louis-Dreyfus), que trabaja como masajista a domicilio, se enamora de Albert, personaje interpretado por James Gandolfini y, al tiempo, descubre que otra de sus clientas es la ex-mujer de Albert; una poeta resentida que dedica gran parte del tiempo a despotricar contra su ex-marido. La paradoja es que, por un lado ella se siente cada día más enamorada y, por otro, en paralelo, está dejando que su mejor amiga (la ex de Gandolfini), una mujer triste y amargada, contamine su percepción acerca de él, de forma que llega un momento en que no sabe a qué hacer caso: a lo que siente cuándo está con él o a lo que cree que debe pensar de él.
La película ilustra, además, una lección importante de la vida: los consejos están bien, pero nadie vive la vida de los demás, nadie conoce nuestras emociones, nadie sabe qué es lo que sentimos cuando estamos cara a cara con una persona, así que al final somos nosotros los que debemos superar el miedo y tomar nuestras propias decisiones sobre las que, al final, por muchas vueltas que le des, nunca hay garantías ni certezas. Y, en particular, que no es una buena idea aceptar consejos de gente que no es feliz, porque, por mucho que nos quieran o que digan querernos, si las decisiones que tomaron a lo largo de su vida no les han hecho felices y no resultaron buenas para ellos, no hay ninguna garantía de que lo sean para nosotros.
Y nos recuerda que, cuando hay amor, amor de verdad, sobran las palabras.
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