Gastar, gastar...



Uno de los problemas de la democracia es el llamado "sesgo hacia el déficit", esto es, la tendencia de las democracias hacia un constante incremento de la deuda pública: desde 1960 todos los países de la OCDE han registrado déficits presupuestarios 4 de cada 5 años (con la excepción de Dinamarca, Nueva Zelanda, Suecia y Finlandia). E incluso en estos, como expliqué hace poco en este blog, empieza a haber señales de alarma.

El fenómeno se explica por cuatro razones:

1. La competencia electoral hace que los gobernantes, ante el riesgo de no ser reelegidos, den prioridad a los intereses electorales (a gastar, vamos).

2. Las autoridades fiscales pecan de excesivo optimismo en sus previsiones de crecimiento para hacer creíble la sostenibilidad de su nivel de gasto. 

3. Los que recaudan no son siempre los mismos que gastan, con lo que éstos no tienen que hacer frente a las indeseables consecuencias políticas asociadas a la recaudación de impuestos. 

4. Hay múltiples grupos de presión especializados en conseguir beneficios fiscales (subvenciones, subsidios, ayudas, ventajas fiscales, favores legales) cuesten lo que cuesten al conjunto de los contribuyentes.

El fenómeno lo explicó bien un economista venezolano, Ricardo Hausmann con lo que denominó "problema de la langosta y el pollo". Imaginen que cada día diez compañeros de trabajo acuden a comer al mismo restaurante. Para simplificar la cuenta deciden pagar todos lo mismo, pidan lo que pidan. En el menú sólo se puede pedir pollo, que cuesta 10 euros y langosta, que cuesta 20. Convengamos, a modo de ejemplo, que comer langosta reporta una satisfacción equivalente a 14 euros (aunque cueste 20), mientras que comer pollo supone una satisfacción equivalente a los 10 euros que vale. O lo que es lo mismo, que la langosta está más buena que el pollo pero que no tanto como para costar el doble.

Si todos piden pollo se gastarán un total de 100 euros. En términos de eficiencia económica harán lo correcto porque la langosta no vale (14) lo que cuesta (20). Pero esa situación es muy tentadora para un eventual oportunista, porque si sólo él pide langosta su disfrute individual sube de 10 (pollo) a 14 (langosta) mientras que su coste individual apenas asciende de 10 a 11 euros (110/10). Si  no hay ningún mecanismo de control que discipline el gasto de los comensales es muy probable que pronto todos empiecen a pedir langosta, ya sea para aprovecharse de los demás o para evitar que los demás se aprovechen de ellos.

En un entorno así la paradoja es que hacer lo correcto para ahorrar (pedir pollo) es una mala idea si nadie más lo hace porque ese comensal pagará 19 (190/10), es decir casi como si comiera langosta y por eso es casi seguro que se verá abocado a pedirla tarde o temprano... con lo que todos estarán gastando 200 euros diarios por algo que en realidad sólo vale 140.

Hausmann explica (The Challenge of Fiscal Adjustment in a Democracy: the case of India, 2004), que siempre que la financiación de gastos individuales se produzca con cargo a un fondo común (common pool) se producirá derroche e ineficiencia. Y, por desgracia eso es justo lo que ocurre en los estados federales o descentralizados. 

A nadie le extrañará si le digo que estoy pensando en España y en su inigualable “Estado de las Autonomías”. Todos nuestros agentes de gasto (Diputaciones, Comunidades Autónomas, Municipios y unos cuantos más que ahora se me olvidan) saben que al final será otro -el Estado, a través del recurso a la deuda pública- el que tendrá que pagar la cuenta si se pasan de la raya y, por eso mismo, con honrosas excepciones, tienden a consumir langosta como si no hubiera un mañana.

Lo malo es que a muchos ciudadanos el asunto les trae al pairo. Y muchos otros, engañados o desinformados creen que Rajoy lo está arreglando. No es así. Rajoy ‘heredó’ de Zapatero una deuda pública en el 61% del Producto Interior Bruto (PIB) y en dos años de Gobierno la ha disparado al 95%, un crecimiento de más de 30 puntos en 24 meses. Es un nivel de endeudamiento vertiginoso y que cumple las peores expectativas, dado que tanto la Unión Europea (UE) como el Fondo Monetario Internacional vaticinan que al terminar este año superará el 100% del PIB.

Con Rajoy la deuda pública crece a un ritmo de más de 600 millones de euros diarios y cada español, aunque no lo sepa, carga ya con más de 20.000 euros de deuda a cuenta de las arcas del Estado. El Ministerio de Hacienda dice que parte de ese aumento se debe al rescate bancario y al pago a los proveedores de las Comunidades Autónomas y Municipios recientemente aprobado pero a mi esas excusas de que ha sido otro el culpable me recuerdan demasiado al problema de la langosta…

PD. El PP hace poco o nada al respecto (básicamente llenarse la boca de reformas y austeridad para vender la moto y seguir a lo suyo) y para el PSOE la austeridad viene a ser como el crucifijo para la niña del exorcista: si se la ponen delante gira la cabeza 180 grados con tal de no darse por aludido. 

PD2. Que un responsable público haga que la institución que gestiona incurra en déficit excesivo debería ser constitutivo de delito porque tiene consecuencias similares al robo: si yo robo un jamón el coste que le supone a la tienda el jamón sustraído tendrán que pagarlo los demás compradores o el propio tendero. Con la deuda ocurre exactamente lo mismo, sólo que en este caso el tendero somos todos. Pero decir esto en España resulta impopular porque el gasto púbico es el maná celestial al que casi todo el mundo aspira... así que cómo va a ser malo gastar, hombre?  

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