Cosas que guardo para ti

 
Intuyo que si tuviera la ocasión de coincidir con Manolo García no me acercaría a él ni con la punta de un palo de metro y medio de largo. Resulta difícil escapar al engreimiento que viene incorporado de serie cuando uno empieza a ser  reconocido como un "artista de éxito" (oh!!!) de esos a los que todo el mundo adora (yo mismo me volvería un cretino aún mayor de lo que ya soy y, créanme si les digo que ya lo soy mucho, si el azar me deparase tal ventura) e intuyo que Manolo, mal que me pese reconocerlo, queridos amigos, ha escapado de ese estigma algo menos de lo poco que ya de por si suelen hacerlo gran parte de sus compañeros de profesión. Sea como fuera, no ignoro que este juicio que ahora emito aquí a vuelapluma se basa, a partes iguales, en una  endeble impresión y en una intuición forzada a vista de pájaro, así que tampoco edificaré una religión sobre ese apriorismo que la realidad bien podría (por mucho que yo no lo crea) desmentir sin despeinarse.
 
El caso -a ver si me voy centrando- es que me encantan sus canciones, con lo que lo que, bien mirado, lo que yo opine del antecitado artista no le importa un pimiento a nadie. Con esas canciones suyas me ocurre, además, una cosa muy curiosa. En estado normal me gustan, pero si ocurre que estoy enamorado -quiero decir inmerso (nunca mejor dicho) en esa fase más o menos fugaz de enamoramiento inicial a la que más tarde siguen, por este aciago orden, la felicidad, la normalidad, la infidelidad y el divorcio- me refugio entre sus estrofas como un pajarillo con una perdigonada en el ala o como un chino en una máquina tragaperras a punto de soltar el premio gordo.
 
En las canciones del Manolo García de los viejos tiempos hay innumerables maravillas: hojas de sicómoros que se mecen con la brisa, burros amarrados a la puerta del baile, tierras lejanas en las que el único Dios es el sol, amantes que huyen y amores que son prisión, pálidas aves de paso y proas que acuchillan siete mares, cipreses erguidos al cielo que saben que todo en este mundo necesita su tiempo, callejones por los que nunca pasa nadie, mesnadas moras que cabalgan caballos que nunca cesan y son sin tiempo y destellos de pez de hoja de lata a flor de agua.
 
Hay gente que ha nacido para esperar pacientemente a que la sombra de la desidia se disperse con el viento. Yo he aprendido a fuerza de golpes que nunca seré capaz de hacerlo. Por eso cuando me dices goodbye en tu  nota tan ricamente yo, que soc de Barcelona i em moro de calor, en vez de resignarme me tiro a la calle y te busco entre la gente de las plazas, en las calles de ciudades que ya no recuerdas, en los perfumes de mujeres que pasan, en los silencios que crecen cuando ellas no hablan y te guardo una tarde de sol por si la quieres -ese es un tesoro que nadie podrá arrebatarte-, una mirada risueña que nada pretende y, en un bolsillo, el calor de mi piel por si vinieses.

Son regalos de niño pobre, pero ten por seguro que no hallarás otros más fieros, salvajes y eternos en ninguna parte.
 
PD. Gracias Manolo y perdona hombre.
 
PD2. A mis enemigos (que digo yo que alguno tendré por ahí, en el Catastro sin ir más lejos) les adjunto el resultado del Test de CI de Mensa Dinamarca que hice ayer por la noche (se ve que no tenía otra cosa mejor que hacer). Si quieren hacerlo ustedes mismos aquí les dejo el enlace: http://www.iqtest.dk/main.swf 
 
 
 
 

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