Desvaríos con viento

 

 
Esta noche hace viento. Como no soy meteorólogo y tampoco tengo una brújula a mano (la única que tenía se la regalé a una amiga del trabajo) no sé si el viento sopla del norte, del este o del noroeste, pero lo que si sé es que los árboles se inclinan como si estuvieran saludando a un príncipe persa o a un concejal de festejos, que viene a ser lo mismo pero con mayor boato.
 
A la mayor parte de la gente que conozco (así a ojo calculo que a un noventa por ciento aproximadamente) el viento le fastidia y hasta le produce dolor de cabeza, pero a mi, que soy tirando a rarito o rarito sin atenuantes, me encanta, así que  para disfrutarlo y pelarme de frío he salido a la terraza y he abierto los brazos como si estuviera a punto de echarme a volar. Volar no he volado (ya lo sabían verdad?), pero un vecino del bloque de enfrente se me ha quedado mirando fijamente con cara de qué estará haciendo el gilipuertas ese. Creo que pensaba que me iba a suicidar. Es más, por la expresión de su rostro intuyo que lo estaba deseando, así que se habrá llevado un chasco el pobre hombre.
 
De todas formas quizás exagero con lo del noventa por ciento porque las estadísticas son un material que hay que manejar con cuidado. El otro día, sin ir más lejos, escuché que, según una reciente encuesta del Centro de Estudios Sociológicos, el 14% de los españoles declaraba estar dispuesto a matar por España. Confieso que me quedé bastante perplejo. Matar por España... ¿a quién? Supongo que no será lo mismo tener que matar por España a, pongamos, dos docenas de pelirrojos de seis años de una guardería escocesa que tener que matar por España a esos barbudos y malolientes hijos de puta del llamado Estado Islámico que, por otra parte, deberían morirse por sus propios medios en medio de agónicos estertores de dolor. Si no se especifica a quién  hay que matar no veo como se puede contestar a esa pregunta más que a bulto y por decir cualquier cosa. A lo frívolo, vamos. Yo, por ejemplo, a los niños esos no los mataba ni por España ni por nada del mundo y en cambio a los del Estado Islámico los mataba aunque fuera apátrida, me viera obligado a dormir en la terminal de un aeropuerto internacional y tuviera que adelantar yo mismo el dinero para comprar la munición.
 
En fin, que hace viento y que ahora que el año está a punto de acabar parece que el invierno, por fin, da señales de vida. Si les soy sincero -y procuro serlo porque me sale por el mismo precio que no serlo y desahoga mucho más- ahora, para acabar el año, echo de menos una nevada de las buenas, de esas que provocan caos en el tráfico urbano, suspensión de la jornada de fútbol y cierre de aeropuertos. Pero siempre he tenido mala suerte con eso de desear nevadas, así que no tengo mucha confianza en lograr mi propósito y seguramente tendré que conformarme con una ola de frío estándar sin chicha ni limonada.
 
En cualquier caso, con nieve o sin nieve, feliz 2015 a todos.
 
 
 

 
 
 

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