Si, soy un viejales, qué pasa?




No engaño a nadie si digo que las razones por las que me gustan las cosas que me gustan me resultan misteriosas, esquivas y profundamente insondables. Supongo que a todo el mundo le debe ocurrir algo parecido: nuestras motivaciones reales, las razones por las que hacemos lo que hacemos, nos resultan bastante más inaccesibles de lo que nos gustaría pensar y más volátiles de lo que exigiría nuestro deseo de edificar una personalidad confortable y predecible. No es que no pongamos todas las cartas sobre la mesa, es que no tenemos ni idea de cuáles son en realidad. 

En mi caso esto resulta especialmente cierto con la música: de pronto una canción me atrapa y no importa cuanto tiempo pase hasta que vuelva a escucharla porque cada vez vuelva a hacerlo me emocionaré de nuevo, por más que ni siquiera sepa quién la canta y aunque no tenga muy claro que es lo que dice la letra. Es como enamorarse: uno no elige de quién y cuándo hacerlo, simplemente ocurre y ya está, por mucho que luego tratemos de racionalizarlo diciendo toda clase de bobadas que no nos creemos ni nosotros mismos o que haríamos muy bien en no creer si queremos conservar algo del poco juicio y de la poca dignidad que nos van quedando a partir de los cuarenta. 

Estas son unas cuantas viejas canciones que me producen ese efecto: 








Compartirlas es, más que  nada, un acto de amistad sui géneris y una muestra de agradecimiento a todos los que me honráis cada día con vuestra visita. 



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