Un montaje



El otro día –no se dónde porque ya tengo una edad y la memoria me flojea bastante- escuché que alguien había ideado una novedosa terapia para paliar los naturales problemas y los pequeños roces que de vez en cuando (o casi a cada instante, según el caso) genera la convivencia matrimonal que, al parecer, consiste en montar muebles del IKEA en modo pareja, es decir, a dúo marital. Los promotores de esta idea, por razones que se me escapan y que sin duda deben de ser fascinantes, consideran que es muy beneficioso para las relaciones conyugales tener ahí mismo, al alcance de la mano, todo tipo de llaves (inglesas y Allen), martillos, destornilladores, tablones de contrachapado y un surtido de puntiagudos tornillos Gronjolm y Grisjander mientras tu pareja te hace saber una y otra vez lo inútil que eres, Fermín, pero es que mira que llegas a ser inútil y, ya que estamos, se lamenta por haber dejado escapar la oportunidad de casarse con Higinio, su novio de la juventud que tanto la quería y del que cuando eramos chavales todo el mundo hacía chistes por lo del tic en el ojo izquierdo y por parecer un poquito lelo (en el pueblo siempre hemos sido bastante dados al chiste fácil, para qué nos vamos a engañar) y ahora míralo, ahí lo tienes, no sólo regenta una prospera Farmacia en Quiruelas de Vidriales sino que con los réditos del negocio se ha comprado un BMW y un chaletito la mar de cuco a la entrada de Benavente y en cambio tú mucho hablar, mucho bigotito y mucho dártelas de listo, pero ni siquiera sabes montar un mísero armario de baño de dos puertas, pedazo de inútil, que eres muy inútil Fermín. 


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