Dos historias
(1) Tardó casi diez años en darse cuenta
de que lo que le producía aquella tristeza cada vez que regresaba a la casa en la que creció no eran los recuerdos de la infancia ni el deseo de que las cosas hubieran sucedido de otra manera, sino el hecho de que incluso allí o especialmente
allí, se sentía un visitante y, por tanto, un extraño y tardó otros diez en aceptar que hay viajes que no tienen retorno, que llega un día en que el pasado ya no existe fuera de la memoria y que la única forma de ser feliz es aferrarse al día de hoy y a este preciso instante en que ustedes leen estas palabras, como si fuera de él solo existiera un abismo al que no es posible asomarse bajo ningún concepto.
(2) El zorro contempla al cuervo
posado sobre una rama seca y estornuda en silencio. Con la sabiduría que le
otorga la sangre derramada por tres mil generaciones de antepasados adivina que esta
noche hay algo inquietante en lo profundo del bosque, más allá de los juncos
del río viejo que serpentea y languidece en el páramo, algo que no tiene nombre
y que aguarda paciente en la espesura, algo que hace que el espantapájaros tenga frío en los labios, algo que asusta hasta a la melancólica luna de otoño, que esta noche no se demorará en su viaje.
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