Comunistas en pleno siglo XXI
El relativo éxito de Podemos en las últimas generales me recuerda algo que siempre me ha sorprendido: la desconcertante popularidad de la que parece gozar el comunismo en nuestro país, a pesar de que se trata de una idea repetida y machaconamente desacreditada por la historia en todas y cada una de sus múltiples manifestaciones en todos los continentes habitados.
Los últimos cien años de nuestra civilización demuestran que cada vez que en un país se ha instaurado un régimen comunista ocurren una o varias de las siguientes cosas:
a) La gente es asesinada en masa por los dirigentes del partido, porque es sabido que al amparo del comunismo todos los ciudadanos son iguales, pero unos son más iguales que otros.
b) La gente se muere de hambre en masa gracias a los desatinos de la planificación centralizada.
c) Hay que construir una valla/muro o prohibir que la gente abandone el país en busca de una tierra prometida que resulte algo menos invivible.
d) Los dirigentes tratan de evitar el colapso del sistema comunista reintroduciendo de tapadillo la economía de mercado.
e) Las libertades políticas y los derechos individuales son sacrificados en el altar del bien común y la colectividad.
Son tantos los ejemplos que la historia ofrece de este fenómeno que no insultaré su inteligencia tratando de consignarlos aquí. No obstante si tuviera que resumir en una sola frase lo que pienso al respecto diría que los países comunistas son los primeros de la historia que en lugar de construir muros para defenderse de las invasiones de sus vecinos lo hacen para evitar la deserción masiva de sus propios ciudadanos, siempre prestos a poner tierra de por medio aunque para ello tengan que atravesar mares en precarias balsas, verjas electrificadas o sólidos muros de bloques de hormigón.
Y, a pesar de todo, contra toda evidencia, ahí tenemos a los filocomunistas de Podemos defendiendo un programa político socialcomunista y consiguiendo nada menos que 60 diputados. Alucinante. Sin embargo, como se supone que ustedes y yo somos personas inteligentes no debemos limitarnos a apuntar el fenómeno sin tratar de ofrecer una explicación. Allá voy.
Para empezar los españoles somos estatalistas: creemos que el Estado tiene como función facilitarnos la vida en todos los órdenes de la misma y de ahí al comunismo va un solo paso, porque nada encarna mejor el modus operandi comunista que un estado omnimodo que se encarga de todo (y con un penetrante ojo del que nada se escapa).
Además como buenos latinos nos encanta la idea de repartir las cosas. El problema es que cuando se reparte la riqueza de un país no se reparte una cantidad preestablecida sino que esa riqueza es el producto de la actividad económica y el comunismo, al eliminar los incentivos individuales y eliminar el valor informativo del sistema de precios, destruye los fundamentos de la actividad económica. Por eso los estados comunistas de forma invariable acaban repartiendo miseria y cartillas de racionamiento.
Por si eso fuera poco a los españoles (que no somos precisamente calvinistas) premiar al mejor y permitir que el mejor se haga rico son cosas que nos producen ruido. Sentimos una instintiva aversión por la meritocracia y una querencia instintiva por todo lo que suene a equidad. Les pondré un ejemplo que conozco bien. Cuando el Estado implantó la "productividad" para remunerar a los funcionarios que mejor llevaran a cabo su trabajo el sistema se acabó pervirtiendo... en favor del igualitarismo. Así, en la práctica, con contadas excepciones, todos los funcionarios de la misma categoría cobran lo mismo (ya sean hormiguitas laboriosas o cigarras durmientes). Y, lo más curioso de todo, si les preguntan al respecto estoy seguro de que a nueve de cada diez funcionarios ese sistema basado en "no hacer distinciones" les parece estupendo.
Los comunistas creen que el capitalismo es una "ideología" que un día nació y que, como todo lo nacido, un día morirá. Y que cuando eso ocurra el comunismo estará ahí esperando para tomar las riendas. Lamento decepcionarles: el capitalismo apareció con los primeros homínidos que intercambiaron un tubérculo por un trozo de carne y nos acompañará mientras haya vida humana en este planeta. El comunismo, en cambio, es un artefacto de laboratorio, un constructo intelectual bienintencionado que atrae a los jóvenes con sus seductoras promesas de igualdad y fraternidad pero que resulta siempre y sin excepciones tóxico, empobrecedor y frustrante.
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