El rastro de estar vivos






Las cigüeñas son, sin saberlo, filósofos relativistas: desde lo alto, a fuerza de tardes y más tardes de observación, han aprendido que hasta la imperturbable línea del horizonte desaparecerá cuando el viento de poniente haga enmudecer al sol y anegue de oscuridad los más remotos confines de las islas del deseo. 

Intuyen que la casa que un día abrigó tu corazón será una ruina abandonada furtivamente en medio de la noche, que nada que habite en el tiempo puede escapar de él, que a la plenitud de todos los imperios sobreviene su ruina, que a través de este puñado de símbolos que ahora escribes y que apenas comprendes sangran las cicatrices de lo que un día fue el beso intacto de la vida, que la huella de los días va depositando polvo en la memoria y que poco a poco, a fuerza de cansancio, el olvido irá tejiendo una herida transparente por la que una noche se acercará hasta tu corazón, en silencio y casi con ternura, la muerte. 

PD. Este blog empezó un buen día (aunque para ser exactos habría que decir una buena madrugada) hace ya diez años con el poema de Ada Salas que transcribo a continuación. No sé si soy el mismo que lo eligió entonces y no tengo la menor idea de si soy o no más sabio (mucho me temo que no), pero cuento con la ventaja de que a estas alturas ya he cometido gran parte de los errores que estaban a mi alcance y unos cuantos que ni siquiera aparecían en el manual de vuelo. Tengo, además, la certeza de ser un poco más viejo y, lo que es más importante, la de no estar del todo descontento de cómo me van yendo las cosas. Y eso, dadas las circunstancias, no es poco.


No limpian las palabras.
Alumbran una isla en el lugar
del miedo y extienden una rama
al paso de los pájaros. Acogen
cuanto nace del hambre de las cosas
y mueren en silencio.
Pero su amor no limpia.

Como no limpia el llanto el rastro
de estar vivos.

(Ada Salas, De La sed, Madrid, Hiperión, 1997)




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