Algo que alguien debería decir de una buena vez en voz alta




A los padres modernos del hemisferio norte alguien les ha contado el cuento de que la crianza de sus hijos tiene que salir bien por narices a poco que pongan lo suficiente de su parte y, como corolario de lo anterior, que por muy mal dadas que vengan las cosas siempre pueden hacer algo para cambiar el curso de los acontecimientos, como si lo que se trajeran entre manos no fuera un complejo proyecto de persona sino un río seco al que, a fuerza de apilar tierra por aquí y escarbar un poco por allá, le desviamos el cauce para que no pase por en medio de la finca y no nos anegue los manzanos en la estación de las lluvias.

Supongo que nadie les ha advertido de que la vida –también la vida de sus hijos- se reinventa a cada instante y al hacerlo se proyecta en una dirección que resultaba impredecible hasta hace un segundo. Por eso no podrás hacer absolutamente nada más que cruzar los dedos y suspirar cuando tu hijo se enamore de la chica más guapa del barrio (esa morena que tararea en perfecto inglés la última estrofa de una vieja canción de Dylan y que sonríe con sus deslumbrantes labios de sábado por la mañana) y de tanto desorden hormonal y de puro distraído empiece a sacar cincos y hasta algún tres y medio en vez de nueves (o viceversa, que cosas más raras se han visto). 

Tampoco podrás evitar que una buena tarde de otoño tu hija proclame con solemnidad y asombrosa determinación que odia las matemáticas, que quiere estudiar literatura y viajar por el mundo y, esto es lo más grave, cuando te des cuenta de que ha empezado a leer de forma obsesiva a Proust y Rimbaud, hábito este que no hay que ser un genio para saber que, de no remediarse, la llevará derechita a la cola del paro sin pasar por la casilla de salida, porque esos señores serán muy listos y todo lo que ustedes quieran, pero hasta mi abuela María de las Nieves que nunca llegó a visitar el colegio, pero que de tonta no tenia ni el más minúsculo de sus impresionantes y siempre bien peinados cabellos blancos, sabe que con esas tonterías de la poesía no se llenan neveras ni se pagan recibos de la luz

Por eso estoy acostumbrado a tratar con padres que malgastan su tiempo y su dinero procesionando de psicólogo en psicólogo como almas en pena en busca de redención, padres que arrastran su bondadosa y triste mirada sobre el césped de los parques tratando de descifrar qué es lo que han hecho mal, padres que fuman desvelados contemplando el horizonte iluminado de la ciudad al anochecer y que no dejan de preguntarse, como el protagonista de aquella memorable novela de Vargas Llosa, en qué momento se jodió el Perú. Padres que, en fin, hacen todo lo que buenamente pueden por evitar que ese ser que duerme en la habitación del al lado, el mismo por el que darían hasta la última gota de su propia sangre, se salga de la carretera y se estrelle, ignorando (aunque empezando a intuir) que es mucho más difícil criar a un hijo que  pilotar sin manual de instrucciones ni tren de aterrizaje un Boeing 747 (por no mencionar esos "divertidos" años de la adolescencia en los que la única solución factible sería desenchufar al alienígena que ha poseído al niño y tratar de reiniciarlo pasados unos mesecitos).

¿Significa todo este largo preámbulo que no se puede hacer nada? No se trata de eso. Puede que en medio de la tormenta no funcionen ni los teoremas pedagógicos ni la delicada geometría en tonos pastel de los manuales de educación infantil pero, como recuerdo haber escuchado en una película cuyo título he olvidado, al final la educación consiste solo (y ya es mucho) en insistir, insistir e insistir todo lo humanamente posible o, dicho en los términos que utilizaban en la película, en haberle lanzado tantas y tantas veces la bola a tu hijo que, cuando llegue el momento decisivo de su vida, tenga una oportunidad real de atraparla, de forma que, tanto si lo consigue como si no lo hace, tú -además de seguir a su lado demostrándole una vez más que le quieres- no tengas nada que reprocharle a tu desidia como padre/madre. No hay nada mucho más que puedas hacer, aunque, por supuesto, estoy seguro de que dormirías más tranquilo si todo lo que acabo de escribir no fuera, como creo honestamente que es, la verdad.


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