La otra educación




Siempre me ha preocupado la educación, porque creo que es la educación (y no la inagotable cháchara de los políticos y sus inacabables rituales de apareamiento) la única medicina que puede sanar el tejido moral de un país. Por educación no me refiero a las notas, el curriculum y a los títulos, que están muy bien, pero que en el sentido que ahora me ocupa tampoco importan demasiado. La educación verdadera, tal y como yo la entiendo, consiste en tener un cierto sentido de la medida, el suficiente equilibrio personal como para ser capaz de decidir por ti mismo tu propio destino.

Les pondré un ejemplo. Llegamos al trabajo cada mañana a eso de las ocho. Es probable que se trate de un trabajo que no está mal  del todo pero también lo es que, por decirlo de forma suave, sea poco emocionante y más bien rutinario. A veces incluso –aunque por fortuna no es mi caso- trabajar significa estar rodeados de tarados, cretinos o hijos de puta con el colmillo retorcido siempre prestos a hincarte el diente a la que haya ocasión. En esa coyuntura si uno no está preparado para tomar una decisión consciente y deliberada acerca de cómo afrontar esa situación es fácil que caigamos en una espiral de hastío y tristeza, dejando que sea nuestra configuración natural por defecto (nuestras inclinaciones y nuestros rasgos del carácter) los que tomen las riendas y decidan por nosotros.

Sostengo que la educación consiste en ser capaz de elegir incluso frente a nosotros mismo y más que nada frente a nosotros mismos: de seleccionar aquellos pensamientos que son buenos y desechar los que nos hacen daño, de prescindir de aquellos sentimientos que no nos hacen bien. Para ello hace falta un grado importante de autoconciencia y es precisa atención, disciplina y esfuerzo. No es fácil: se trata de un aprendizaje que dura toda la vida y que no se completa nunca. Pero la alternativa consiste en dejarse arrastrar por la corriente de nuestro carácter o de lo que piensan los demás de forma mecánica y, por esa vía, acabar preocupadísimos por una infinidad de pequeñas nadas que nos asfixian y que no conducen a ninguna parte.

Cada día veo a mi alrededor muchas vidas prósperas y respetables de individuos muy atareados a los que nadie se ha tomado la molestia de notificarles que hace tiempo que están muertos. Para estar vivos tendrían que ser capaces de cuestionarse todo aquello que creen obvio (su matrimonio, su trabajo, su forma de comportarse en sus relaciones laborales, sociales o familiares) pero hace mucho tiempo que dejaron de hacerlo por inercia, por rutina o por miedo a averiguar algo que seguramente prefieren no tener que afrontar.

¿En qué consiste entonces la educación? En conocernos mejor a nosotros mismos para saber de qué pie cojeamos, no cagarla demasiado y joder al prójimo lo menos posible; en ser menos arrogantes y asumir que gran parte de las cosas de las que estamos seguros son erróneas y fruto del autoengaño, en aceptar que el azar a veces te sonríe y a veces te da la espalda y que no siempre puedes conseguir que los planes salgan como hubieras querido, en tener una mirada benevolente y compasiva hacia los defectos de los demás (que, por cierto, por muy graves que sean nunca nos harán ni la mitad de daño que los nuestros) y en tratar de entender el punto de vista de la persona que tienes delante y los sentimientos que laten detrás de sus palabras y en aferrarnos a cada instante de felicidad que la vida nos brinde como si fuera el último. Ah, y por supuesto, en ser amables (nunca lo somos lo suficiente) sonreír siempre que tengamos ocasión y en besar y abrazar todo lo que podamos a las personas a las que queremos, porque ni ellas ni nosotros estaremos aquí indefinidamente.

Hold the door, say please, say thank you
Don't steal, don't cheat, and don't lie
I know you got mountains to climb but

Always stay humble and kind.

(Tim McGraw, Humble and kind).






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