Superhéroes



Tiene treinta y seis años, tres hijos y un marido que no se dio cuenta de que en realidad nunca había creído en el matrimonio hasta que llegó el tercero, se largó de casa y dejó de coger el teléfono. Lleva casi dos meses de retraso en el pago del alquiler y ha empezado a intuir que las ayudas que siempre le promete la asistente social quizás no llegarán. Sabe que todas esas facturas pendientes que se acumulan en el recibidor no se van a pagar solas y por eso esta semana, aunque todavía es jueves, lleva ya más de cincuenta horas trabajadas. Al regresar a casa hay mil cosas por hacer y, por si fuera poco, también hay alguien que quiere recortar una mariposa en una cartulina verde, alguien que necesita cambiar de zapatillas deportivas y alguien preocupado por su primer amor. Ella responde a todas las preguntas sin detenerse porque sabe que los platos del fregadero no se van a fregar solos. Cuando por fin acaba se fuma un cigarro en el balcón, respira hondo y deja que el humo se deslice entre sus labios cubriendo en el aire la distancia imaginaria entre la forma en la que uno planea las cosas y la forma en la que acaban sucediendo. Puede que no sea la mejor haciendo café pero sabe que tiene una sonrisa siempre a punto y que es buena contando historias y recordando los nombres. Mientras contempla los estragos de la lejía en su esmalte de uñas piensa en un chico que últimamente viene por el bar y que responde a su sonrisa con otra sonrisa que de un tiempo a esta parte ya no le parece tan casual como al principio. Por una fracción de segundo se deja llevar y se descubre soñando con otra vida diferente, con menos preocupaciones y con una cama menos vacía. Pero ella misma echa el ancla y regresa a su pequeño mundo: tiene tres hijos y por eso no le queda más remedio que ser madre, padre, conductor de taxi, maestra, enfermera del turno de noche, policía, paño de lágrimas, árbitro y juez. En la televisión alguien marca un gol de libre indirecto y el público aplaude enfervorecido, pero ella no tiene tiempo para esas cosas, porque hace rato que el sol se ha puesto, ha empezado a llover sobre la ropa tendida y es perfectamente consciente de que sus hijos no van a crecer solos.

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