Hay que ser torero, poner el alma en el ruedo
A veces escucho decir por ahí que los más
importante de una pareja es “la comunicación”. Al oir pavadas como esa, tan características de los libros de autoayuda, los programas de radio nocturnos y las conversaciones de grupos de lectura integrados por señoras mayores, como
no soy una persona con inclinaciones violentas, no puedo liarme a bofetadas como acaso
sería menester para poner un poco de orden en tanta cabeza hueca y mal amueblada y, por
otra parte, como soy ateo, tampoco puedo tirar de resignación cristiana
para sobrellevar el mal trago, así que no me queda más remedio que utilizar
este blog para esbozar una explicación que a estas alturas no debería ser
necesaria pero que, visto lo visto, parece que sí lo es.
Comenzaré con un ejemplo: Manolo
Escobar, tres meses después de conocer a la alemana Anita Marx en una sala de
fiestas en Platja d'Aro se casó con ella en la Iglesia de San Michael de
Colonia (Alemania) el día 10 de diciembre de 1959 sin hablar ninguno de los dos
ni una palabra del idioma de su cónyuge. Dadas las circunstancias huelga decir
que no parece probable que por aquella época se comunicaran demasiado –al menos
verbalmente- y, sin embargo, estuvieron juntos durante más de cincuenta años,
que, en los tiempos que corren, es una extensión de tiempo que casi mete miedo.
¿Qué quiero decir? Quiero decir
que la base del amor no es la comunicación, ni la confianza, ni la sinceridad ni la paciencia.
Todas esas son virtudes inespecíficas que lo mismo se pueden predicar de una
pareja de la guardia civil, de un cura párroco con sus feligreses o de un
imputado por malversación de caudales públicos con su abogado. El amor (duele
casi físicamente tener que explicarlo) tiene que ver con algo intangible que
está mucho más allá de todos esos lugares comunes, algo que o se siente o no se
siente y punto pelota. El que lo ha sentido sabe a qué me refiero. Y el que no,
con toda sinceridad, quizás debería ir rediseñando su destartalado orden de prioridades.
Para que la cosa prospere –si es
que ha de prosperar, porque la perdurabilidad tampoco es un atributo necesario de
las relaciones amorosas, que pueden ser efímeras y no por ello menos memorables-
hace falta (cierta) dosis de compañerismo, comunicación, flexibilidad, educación,
tolerancia, suerte, cariño, respeto, empatía y dos o trescientas minucias más. Pero
todo eso, siendo parte de la relación amorosa, no es la esencia de la relación
amorosa, sino algo que la acompaña y la complementa como las patatas y los pimientos
al pollo asado de los domingos.
Vivimos en una sociedad que
aspira a ser racional y razonable (aunque estamos muy lejos de conseguirlo en
todos los órdenes de la vida, como demuestran, por ejemplo, las alarmantes
estadísticas de mujeres asesinadas por sus parejas). Pero el amor, por su
propia naturaleza, queda fuera de los límites del raciocinio, transgrede los principios de la física y se rige por sus
propias y misteriosas leyes, esas que
hacen que no nos enamoremos de Juan, chico ideal, guapo, amable y educado y que
en cambio nos volvamos locas por las hirsutas patillas del hijo de la grandísima puta de Pedro, del
que no se puede esperar nada bueno ni cuando duerme bajo los efectos de una de sus habituales intoxicaciones etílicas.
Aceptar que esa dimensión
irracional forma parte de nuestra vida atenta contra nuestra ilusión de control
y por eso nos gusta pensar que nuestra relación de pareja se basa en lugares comunes, en dóciles magnitudes observables y verificables como la comunicación o la confianza. Pero
no es así. No ha sido nunca así. Y mientras el amor exista, no será así jamás. Por
eso el amor será siempre una aventura de la que a veces se sale por la puerta
grande en medio de una gran ovación y otras con un revolcón y una cornada de dos trayectorias que pasa rozando la
arteria femoral y que no acaba con nosotros de puro milagro.
PD. Ahora entienden mejor a que se refiera la canción de Chayanne, verdad? Acaso creían que versaba sobre la tauromaquía? Si es que tengo que explicarlo todo...
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