Manual del corazón


Otro fin de semana que llega y que pronto quedará atrás, como tantos que se fueron y otros tantos que están por venir. Se acerca el final de los juegos olímpicos que ahora pueblan los telediarios de deportes estrafalarios de los que apenas tenemos noticia, empieza la liga de fútbol que pronto lo anegará todo con su gran ola de ruido y furia, se estrena la última de Star Trek que, por supuesto, veré con el corazón del chiquillo que nunca dejaré de ser y, para compensar, Donald Trump sigue gozando de una desconcertante buena salud. No se puede tener todo. 

Vivimos, como dice Ana Moura en Desfado, en la incerteza de saber que no hay nada más cierto que la gran certeza de no estar seguros de nada. Esa, la mayor verdad que he escuchado en años, no la dijo, por supuesto, ni un filósofo ni un comentarista de Tele 5, que tienen en común que, absortos en sus cosas, por más que escriban largos párrafos o finjan tener una opinión acerca de todo lo divino y todo lo humano, no saben absolutamente nada de la vida, sino un escritor de fados llamado Pedro Da Silva Martins, que es, también el autor de esta hermosa canción cantada por ese formidable fadista de voz melancólica que recibe el nombre de Helder Moutinho. 

Lo único cierto es que no sabemos nada de esto de vivir y por eso erramos, metemos la pata, nos prometemos que no volverá a suceder y sucede de nuevo apenas hemos acabado de sacarla y, en fin, nos vemos inmersos en toda clase de desastres nacidos de nuestra condición de pecadores irredentos y más bien cortos de entendederas, porque en los asuntos importantes de la vida todos procedemos a tientas, en modo de prueba y con más bloqueos y cortocircuitos que el Windows Vista. De todas formas, si me admiten un consejo, pase lo que pase no se torturen más de la cuenta y si llegado el caso se ven en la tesitura de preguntarse a sí mismos si algo de lo que han vivido mereció o no la pena no estará de más que recuerden este hermoso verso:

Valeu a pena?
Tudo val a pena,
si alma nao é pequena.


El otro día, durante un sueño, tuve la revelación (no me pregunten cómo lo sé, pero es tan seguro como que Mariano Rajoy es un gran estadista) de que en otra vida trabajé de revisor en la linea 7 del trem de carris de Lisboa. Por esos avatares del destino una hermosa muchacha de pelo oscuro se había enamorado perdidamente de mi y cada mañana, mientras ella suspiraba con aire melancólico al verme, yo, con estudiada indiferencia y el frenético corazón a punto de descarrilar, validaba su billete intentando y no siempre consiguiendo que no se me notase el temblor en las manos cada vez que ella me acercaba las suyas.

¿Saben como se prepara uno para afrontar algo así? De ninguna manera. Esa es, precisamente, la gracia de la vida. 

Comentarios