Esa lengua

R.I.P. Ueli Steck (1976-2017).
A great mountaineer and inspiration for many people.


Hace unos días escribí acerca de la muerte de Ueli Steck. Al correr de los días me sorprendió el tono algo agrio de los comentarios de algunos lectores (hace años que tomé la decisión de no publicarlos para no tener que filtrarlos, procesarlos y contestarlos) que, en esencia y por resumir su argumento, reprochaban a Ueli su "peligrosa" forma de afrontar la vida.

Como creo que ya he abordado ese asunto voy a tratar de no repetirme demasiado. Me gustaría, eso si, añadir una cosa. Créanme que no les engaño si les digo que yo soy una persona bastante inteligente. Y sin embargo,  a lo largo de mi vida y de forma repetida, he cometido la mayor parte de los errores que aparecen en el muestrario de la estupidez humana y unos cuantos de mi propia cosecha que ni siquiera están en los listados y que no son mejores ni menos reprobables que los anteriores.

Digo esto porque antes de juzgar a los demás deberíamos dedicar al menos un minuto a pensar: ¿Qué sabemos de la vida de los demás, de sus anhelos, de sus miedos, de lo que les duele por dentro, del cariño que recibieron y del que esperaron recibir en vano, de las sorpresas hermosas y terribles que la vida les fue deparando o del caudal de inteligencia, determinación, fortaleza o voluntad con el que los genes de sus antepasados les obsequiaron en silencio?

No sabemos nada. Nada de nada. Así que cada vez que afilamos la lengua y la sacamos a pasear para juzgar a los demás de forma demasiado ligera (que es, aproximadamente, el noventa y cinco por ciento de las veces que lo hacemos) lo único que hacemos es dar cuenta de nuestros propios miedos, deseos y frustraciones. Lo que creemos un retrato es, casi siempre, un autorretrato, porque, si se paran a pensarlo, una persona feliz y segura de si misma no tiene ningún motivo para perder el tiempo hablando mal de los demás.

Nadie es perfecto y no todos somos iguales ni tenemos porque serlo (salvo en las Repúblicas Democráticas Populares comunistas, en las que la miseria acaba por igualarlo todo). Las personas como Ueli tienen, en efecto, una forma especial de vivir. Lo que olvidamos es que esa forma de vivir solo resulta viable si tienen también una forma especial de afrontar la posibilidad de la muerte, que en su caso no es algo abstracto sino un riesgo concreto que les aguarda detrás de un solo paso mal dado o de un pedazo de hielo o de roca que se desprende por sorpresa. Yo, que nací con asma, que he tenido mil bronquitis y que no escalo nada que no tenga ascensor, sé cuál era la pasión que Ueli experimentaba porque noto como vibra dentro de mi pecho cuando observo las cimas nevadas e imposibles de esas montañas de ocho mil metros a las que nunca tendré la fortuna de subir.

El ascendía hasta allá arriba porque se lo imponía una fuerza a la que nadie que la experimente en su plenitud y con toda su virulencia es capaz de sustraerse y porque no hay mejores sueños que los sueños que somos capaces de hacer realidad. Y lo hacía exactamente de la forma en que yo hubiera elegido hacerlo si hubiera podido: ligero de equipaje y sin mirar hacia atrás. 

En cierto sentido, menos metafórico de lo que parece, cuando Ueli escalaba la helada pared norte del Eiger en poco más de dos horas también lo hacía por mi y por todos los que anhelamos ese o cualquier otro imposible. 

Gracias Ueli.

PD. Quizás en el fondo sólo pueden entender de verdad a qué me refiero las personas que alguna vez han experimentado, aunque solo sea una vez en su vida, una pasión auténtica. Intuyo, además, que no debe resultar raro que en un mundo repleto de verdades alternativas, conveniencia e hipocresía, muchas no lleguen a hacerlo nunca. Conviene recordar que también por eso se paga un precio, aunque no sea la muerte. Y que ese precio tampoco es barato.



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