Morirse


Se ha muerto Ángel Nieto y reparo en que últimamente me afecta más la muerte de la gente, como si tuviera la sensación de que, así, de pronto, sin venir a cuento, todo el mundo que por una razón u otra me importa o simplemente me cae bien (Ángel Nieto era de los segundos) ha empezado a pagar la cuota de socio en el gimnasio de morirse y por eso las bajas se suceden aquí y allá como en aquella insoportable escena del desembarco en las playas de Normandía de Salvar al Soldado Ryan en la que, lo confieso, llegué a ponerme a cubierto durante la proyección para no ser alcanzado por una bala perdida, concepto -el de bala perdida-, que si lo piensan, resulta un poco absurdo, porque la mayor parte de las balas que se disparan durante una guerra van y vienen a bulto y a talegón, o sea, a la buena de dios, porque ya me dirán ustedes a mi si bajo una lluvia de abrumador fuego enemigo uno está para ponerse a apuntar a alguien en particular con la esperanza de que sea tu cuñado o la escandalosa y poco recatada vecina del piso de arriba y exponerse a que, entre que apuntas y no apuntas, con lo que molesta el sol en la cara y lo que desconciertan los fragmentos de metralla de los bombazos que caen por aquí y por allá, un francotirador te acribille a ti aprovechando que tienes el melón a la intemperie, porque eso si, los francotiradores son harina de otro costal, gente tranquila y premeditada, que antes de disparar cierran el ojo izquierdo (yo cierro el derecho, porque por esas cosas del destino soy zurdo sólo para disparar), te apuntan con una mirada que es más fría que una noche de finales de diciembre en Invernalia y, a poco que te descuides, dejan tus sesos desparramados sobre el asfalto como si fueras uno de esos mosquitos que se estampan en silencio contra los parabrisas de los coches y a los que nadie llora ni rinde homenajes porque no tuvieron la fortuna de ganar trece campeonatos del mundo de motociclismo ni ser el taimado y oportunista progenitor de un jugador brasileño cuyas habilidades balompédicas han rescatado a toda la familia de la indigencia y muy probablemente del tráfico de estupefacientes, pero que morir se mueren y se morirán igual, porque la muerte es eso, el igualatorio final que a todos alcanza sin rangos, jerarquías ni distinciones, ni posibilidad de redención final, por mucho que esa vieja canción de Johny Cash sostenga lo contrario:

There's a man goin' 'round takin' names
And he decides who to free and who to blame
Everybody won't be treated all the same


PD. Que grande eras Ángel, que grande. 

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