Madrid



He estado unos días en Madrid haciendo un curso. De todas las veces que he ido -y han sido tantas que ni siquiera podría contarlas- esta ha sido la mejor. Siempre he tenido la sensación de que, en cierto sentido, Madrid, con su exuberancia y sus excesos, me abrumaba y me empequeñecía, haciendo que regresara ese tímido muchacho de pueblo que nunca dejaré de ser. Esta vez no. Esta vez fue como si la ciudad me abrazara guiñándome un ojo cómplice y allí, en medio de la multitud que va y viene a toda velocidad con bolsas del Primark y Zara, entre el latido de un millón de tubos de escape y rodeado de gente que escupe palabras con el acento de una navaja barbera bien afilada y que se aferra a la vida con la febril desesperación del que intuye que quizás está a punto de acabarse, allí, de pronto, con los ojos cerrados, sentí que estaba en casa.

Y no hay nada como estar de vuelta en casa.

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