Clasismo envuelto en sonrisas

Puigdemont tratando de internacionalizar el conflicto

Refiere Herman Melville en Moby Dick que existen empresas en las cuales el verdadero método lo constituye un cierto y cuidadoso desorden. La frase me viene a la memoria al ver la pataleta que está organizado allá por tierras belgas el cada vez más delirante, muy enojado y más bien poco honorable señor Puigdemont, quien, por cierto, dentro unas semanas, después de las elecciones de diciembre, dejará de ser el presidente cesado en el exilio para pasar a ser el ex-presidente en busca y captura a secas.

En lugar de avergonzarse por su papel protagonista en una ridícula declaración de independencia que él mejor que nadie tenía que saber que carecía de virtualidad, entre otras cosas, porque su perezoso gobierno no había hecho nada de provecho para materializarla y que, además, corría el riesgo de acabar con sus huesos y los de sus colegas en la cárcel, el señor Puigdemont optó por hacer lo que sus más fervientes seguidores esperaban que hiciera -por más que él supiera que no debía hacerlo- y, acto seguido, tomar las de Villadiego al grito de tonto el último y ahí os quedáis que yo ya vengo luego si eso.

Pero claro, la culpa es toda de Rajoy, del fascista estado español y de Franco, que, a tenor de lo mucho que se es invocado estos días parece que no estaba muerto, sino que estaba de parranda con sus gafas de sol, su banda cinturera y su melifluo acento de tirano de opereta. Lo ridículo del argumento no exige mayor comentario, pero sospecho que su acogida será, sin duda, notable, porque satisface a un público de amplio espectro:

a) A los equidistantes, esos que afirman no estar en "ningún bando", por pereza intelectual, cobardía moral y/o porque así no tienen necesidad de mancharse las manos bajando a la arena del mundo real. Esos mismos que, si se escarba un poco, siempre acaban por ser bastante menos equidistantes de lo que pretenden hacernos creer.

b) A la roña podemita, siempre presta a dispararle un tiro a todo lo que se mueva si huele a España, Partido Popular, Ciudadanos, Régimen del 78, monarquía, moderación y/o capitalismo.

c) A los independentistas más febriles para los que España es la reencarnación del mal y la barbarie, una criatura bastarda engendrada en los cenagales de Mordor por el lado oscuro de la fuerza.

El asunto me aburre y me agota a partes iguales. Sólo diré dos cosas más a modo de autodefensa, en el sentido de que si sigo oyendo tonterías y no las digo igual voy y reviento y eso sería muy desagradable (en particular para mi):

1) No es cierto que el independentismo sea un fenómeno pacífico y democrático. Lo es, si acaso, en el folclore de patio de colegio coreano y en el estelado envoltorio del caramelo. Pero por dentro está relleno de un licor supremacista y sectario: porque reconoce los catalanes un derecho (el famoso derecho a decidir) del que al parecer están privados, acaso por su condición de infraseres, el resto de españoles y porque, además, presupone, aunque pocos se atrevan a decirlo en voz alta, que la avanzada y cosmopolita Cataluña no puede permanecer más tiempo cohabitando con la rijosa, pobre, amiga de lo ajeno, rancia y muy medieval España. 

2) Los famosos presos no son presos políticos. Son delincuentes. Que en sus actividades delictivas hayan contado con el apoyo, el aplauso o la tolerancia benevolente de buena parte de la sociedad catalana no les absuelve de sus crímenes, salvo que demos por cierta la delirante hipótesis (muy latina, por cierto) de que en una democracia los políticos son criaturas celestiales ungidas con el mágico don de saltarse las leyes siempre que les apetezca, en lugar de servidores públicos que son los primeros llamados a obedecerlas.

Hace unos años mi buen amigo Miguel Parra me dijo que nadie convence a nadie de nada. Es así y no hay que darle mas vueltas. Además, navegar contra la corriente solo conduce a la melancolía y a la úlcera estomacal. Sin embargo, no puedo dejar de observar con una mezcla de asombro y tristeza que vivimos en un mundo en el que millones de pseudoadultos han abdicado de la facultad de pensar, repiten en bucle consignas y tópicos y hasta se cortarían una pierna antes de dejarse tentar por la duda, todo ello en la cálida compañía de otros correligionarios que enarbolan banderas del mismo color en una delirante competencia por ver quién la tiene más grande. Bien mirado, se trata de la misma historia de siempre: una historia de ruido, tractores, sectarismo, alienación y, a poco que la cosa acabe por desmadrarse más de la cuenta, barbarie. 

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