Vivir para contarlo
Para que cada uno de nosotros haya llegado a transitar sobre la faz de la tierra innumerables generaciones de antepasados tuvieron que sobrevivir a los ataques traicioneros de alimañas salvajes y clanes rivales con grandes hachas, pérfidas intenciones, cuestionables principios morales y pocos escrúpulos, a las fiebres provocadas por virus y bacterias invisibles y feroces en un mundo que no conocía los antibióticos, a los insidiosos tumores malignos y a las enfermedades autoinmunes, a los volcanes, las inundaciones, los terremotos, las heladas, los incendios, los meteoritos, las hambrunas, las inmumerables guerras, el fascismo, el comunismo y el misticismo religioso y por eso mismo, que ustedes que ahora me leen y que yo, que ahora les escribo, estemos aquí, vivitos y coleando, es una casualidad improbable y, en cierto sentido, inverosímil, que no estaría de más tomar en consideración como lo que es, algo excepcional y muy afortunado, puesto que lo normal, en sentido estadístico y literal, sería estar muertos o no haber llegado siquiera a nacer, porque bastaría con que uno de nuestros miles de predecesores hubiera metido la mano en el agujero equivocado, dormido un poco más al borde de la cueva de lo prudente o sido un poco menos ágil escapando de un tigre con dientes de sable o de una serpiente de colmillos retráctiles, para que ni ustedes ni yo estuviéramos aquí disfrutando de las ventajas del mundo moderno, como si tener teléfono, coche, calcetines térmicos y un piso con ascensor fuera la cosa más normal del mundo y no, no se engañen, no sólo no lo es, por más que a fuerza de rutina lo parezca, sino que además, podría acabarse dentro un instante (en media hora, esta noche o mañana por la tarde) y eso, el hecho de que la vida, nuestra vida, podría desvanecerse ya mismo y para siempre, es algo que conviene recordar, porque a la luz de esa intangible obviedad hay muchas cosas que nos preocupan y nos parecen importantísimas y que, en realidad, contempladas con un poco de perspectiva existencial, no lo son nada en absoluto: estamos vivos, en alguna parte hay alguien que nos quiere o que, al menos, nos recuerda con cariño y en la radio Ella Fitzgerlad, con su voz imposible, canta una vieja canción de Glen Miller, así que, sí, reconozcámoslo, somos afortunados, muy afortunados de estar aquí y poder vivir para contarlo.
PD. Gracias por todo, Pepe. Necesitaría vivir cien vidas para devolverte un trocito de lo que te debo. Nunca te olvidaré. Y siempre irás conmigo allá donde yo vaya.
PD. Gracias por todo, Pepe. Necesitaría vivir cien vidas para devolverte un trocito de lo que te debo. Nunca te olvidaré. Y siempre irás conmigo allá donde yo vaya.
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