Promesas y mentiras


Imagen en exclusiva de las tropas de élite que el pérfido Estado Español estaba
a punto de abatir sobre Cataluña para impedir el despliegue de la República
(al parecer los batallones estaban acuartelados a las fueras de Lleida y
ya se sabe que la rasca que hace aquí resulta fatal para el cutis)


Alguien dijo una vez que la teología es como la filosofía pero con superhéroes. La frase me gusta mucho, así que aprovecho para repetirla aquí aunque no viene a cuento. Y es que hoy quería hablarles, queridos amigos, de la democracia, que, como bien saben, es un sistema inevitable, en tanto que menos malo que cualquiera de sus alternativas y, sin embargo, también imperfecto, no tanto porque los políticos roben (hola Partido Popular, cómo va la destrucción de discos duros a porrazos?) o mientan descaradamente (hola Marta Rovira, cómo van tus hordas de zombies españoles asesinos?), sino porque un porcentaje significativo de la población de Móstoles, Hamburgo, Albany, Estambul y cualquier otra ciudad del mundo que se les ocurra por 25 pesetas tiene, a duras penas, una neurona más que un caballo percherón cuya única función empíricamente observable parece consistir en impedir que la gente ande por ahí cagándose en medio de la calle.

Los políticos no son, lamento decirlo, ni mejores ni peores que el vecino de escalera estándar: ese que no ata la bolsa de basura porque al parecer su religión se lo prohibe, pasea por ahí exhibiendo su pelambrera por los acueductos de su camiseta imperio y estornuda sin taparse las fauces. Son exactamente igual de deprimentes y eso quiere decir, mucho me temo, que lo son bastante. Esto, por supuesto, poca gente se atreve a decirlo, porque si el primer vicio de la democracia tiene que ver con la inmadurez congénita de una buena parte del electorado, el segundo consiste en que para ganar las elecciones hay que:

1) Masajear al votante susurrándole al oído promesas y mentiras estimulantes/reconfortantes (la independencia será gratis y festiva, las empresas acudirán a miles en cuanto se declare la República, la Unión Europea nos reconocerá de inmediato, duplicaremos el PIB en cuatro años),

2) Exaltar, si es menester, sus más bajas pasiones y sus instintos más rastreros (los españoles nos roban, los andaluces no dan un palo al agua, los maños gritan como condenados en la playa y en Asturias sólo hay cabras -esto, lo de las cabras asturianas, lo dejó escrito hace poco una insigne profesora catalana-),

3)  Omitir todo aquello que, aun siendo verdad, pueda resultarle incomodo al elector o -aún peor- estimularle para que piense por su cuenta, no vaya a ser que coja carrerilla, se ponga a hacer preguntas, le coja gusto a tener ideas propias y la liemos parda (¿Y que pasa si al final carecemos de las estructuras de Estado necesarias, tampoco controlamos el territorio y encima va el Estado español y decide no autodisolverse sin rechistar como una lágrima en medio de la lluvia?). 

Si en la ecuación tenemos, por un lado, a un porcentaje relevante de gente con una fuerte propensión a la credulidad y por otro un sistema que privilegia las mentiras almibaradas en perjuicio de las verdades inconvenientes... ¿de verdad resulta extraño que las cosas vayan en el mundo por el camino que van?... ¿no sería lo contrario un auténtico milagro mucho mayor que los famosos delirios protagonizados por unos exaltados pastorcillos portugueses en medio de un descampado?... ¿si en Estados Unidos ha acabado de presidente Donald Trump de verdad hay que descartar que por estos lares acaben siéndolo Belén Esteban o Chicote?

Traducción libre: A ver si se van a su pueblo todos estos parásitos andaluces 
que andan siempre jodiendo la marrana



Traducción libre: Ya lo siento, pero es que cuando me cabreo 
se me va la pinza y acabo diciendo lo que pienso



Comentarios