Estación termini



La vida es un enunciado largo y lleno de vericuetos y requiebros en la que cada idea y cada sentimiento van madurando por su cuenta y riesgo, un poco a la buena de dios y por eso no es raro que una tarde acabes descubriendo que algo que hubieras jurado que era de una forma determinada y que tenía un significado específico y muy particular, de pronto ya no te lo parezca en absoluto y lo más extraño de todo, es que, con toda probabilidad, esa lenta metamorfosis, que se habrá ido fraguando gota a gota debajo de tus propias narices, te habrá pasado desapercibida, como si hubiera sucedido por arte de magia, como si fueras un idiota que no se entera de nada o un poco de las dos cosas.

Este farragoso preámbulo viene a cuento de que he decidido regresar a Asturias, algo que hasta hace sólo unos meses me parecía no sólo imposible sino indeseable. La decisión no es de ahora mismo, tiene que ver con muchos factores diferentes y no se materilizará ni mañana ni pasado mañana. No hay que descartar, incluso, que no llegue a suceder si las cosas que tiene que ocurrir para que sea posible se tuercen, pero, para ser sincero, eso es lo de menos: cuando uno toma la decisión de irse lo que importa es la decisión en si misma, no el momento concreto en el que uno se acerca a la estación a comprar el billete. 

Si todo sale bien dentro de unos cuantos meses estaré de nuevo en Oviedo, la ciudad en la que me licencié en Derecho. Llevo en Cataluña más de 20 años y cuando me vaya dejaré aquí a un puñado de buenos amigos, personas a las que quiero de verdad y a otras que, por desgracia, ya no están entre nosotros. Pero no sería sincero conmigo mismo ni con ustedes si no reconociera que de un tiempo a esta parte tengo la certeza de que es hora de cerrar una etapa y encarar otra, la que dentro de poco más de diez años me llevará a la jubilación. Y quiero hacerlo lejos de aquí, en un lugar en el que no me sienta -seguramente por culpa de mi obstinado repertorio de rarezas que sólo empeoran con la edad- cada día un poco más extranjero.

A lo largo de estos veinte años me han sucedido cosas maravillosas y no reniego de ninguna de ellas. Sería un idiota si lo hiciera. De aquí me llevo, además de personas formidables, una lengua, sus poetas, sus canciones, sus recetas de cocina, paisajes de todos los colores, miles de noches y de amaneceres con un cielo azul que en el fondo siempre me pareció imposible y que en Asturias se considera ciencia ficción, incontables siestas y tardes al sol, besos, olores, esperanzas, miradas y estaciones de tren, alegrías, calles, plazas y paseos por el río y un millón de instantes de esos que -para bien o para mal- no se pueden borrar. Todo eso forma parte de mi gracias a esta tierra en la que aprendí a ganarme la vida y en la que traté, con suerte desigual, de estar a la altura de lo que aquel muchacho que un día se fue de Asturias sin tener ni idea del lío en el que se estaba metiendo, soñó que llegaría a ser.

Gracias a todos por todo. 

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