África




Curioseando en materia de instrumentos musicales africanos (a estas alturas ya no les sorprenderá si reconozco que mi cabeza es una habitación más bien desordenada y con una irreductible tendencia a la entropía) he descubierto uno que me ha llamado la atención. Se llama Mbira (en Zimbabwe, porque recibe nombres distintos -Sanza, Kalimba- en otros lugares de África). Me gusta porque me resulta extrañamente relajante y evocador a partes iguales.

Técnicamente la Mbira es un instrumento idiófono, esto es, que tiene sonido propio porque es su propia materia (en este caso el metal) lo que resuena, sin necesidad de recurrir a cuerdas o membranas (por eso los tambores son membráfonos). Son también idiófonas las campanas de las iglesias, las castañuelas, los xilófonos, los platillos y los gongs. Ah, y la txalaparta.

En esta página pueden saber más y escuchar el sonido de algunos de esos instrumentos africanos. Escucharlos produce curiosos ecos y resonancias -nunca mejor dicho- porque son como parientes más o menos lejanos de otros instrumentos que nos resultan muy conocidos. Por haber hay hasta una gaita marroquí que, como asturiano, da mucho que pensar:



Al escuchar el sonido del Balafón he retrocedido casi cuarenta años en el tiempo, hasta las películas de las tardes de los sábados que veía en la cocina de casa con mi padre y mi hermano. Estoy seguro de que en cuanto lo oigan sabrán a qué me refiero. 

También me gusta la Inanga que suena como la guitarra de Chris Stapleton. En realidad me gustan muchos. Y de paso, me recuerdan que hay un continente entero, África, del que no sé nada de nada: con cientos de idiomas, instrumentos musicales, recetas de cocina, mascaradas y costumbres que se pierden en la noche oscura de quién sabe cuantos cientos de generaciones.

Vivimos toda nuestra vida -que en realidad es apenas un instante- merodeando alrededor de un pequeño espacio de tierra que visto con cierta perspectiva o incluso, simplemente, desde cierta altura, resulta indistinguible de la maceta en la que crece una planta. Desde allí asomamos nuestra nariz al universo a través de la televisión e Internet y rebosantes del conocimiento (o lo que sea) del mundo que nos proporcionan esas pantallas brillantes, unos cuantos libros de los que apenas recordamos nada y un puñado de tópicos y lugares comunes... nos creemos en posesión de la verdad y la sabiduría universales.

La soberbia es el verdadero pecado original. Y, también, el que seguramente acabará con nuestra civilización. 


El tio la vara (african style)


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