Ready player one



No estoy nada convencido de que la última película de Spielberg (Ready Player One) sea sólo, como muchos afirman, una distopía adolescente y un homenaje a la cultura pop. O puede que lo sea, pero también es, a mi juicio, una advertencia -mucho me temo que involuntaria- sobre un mundo en el que el éxito (o acaso debería decir la propagación) casi universal un programa de realidad virtual llamado Oasis ha acabado por convertir en zombis funcionales a media humanidad. 

Algo de eso debe intuir el director y por eso, en un ataque de mala conciencia, en una de las escenas finales, una vez derrotado el malvado Nolan Sorrento que aspira a llenar Oasis de anuncios y niveles de pago para exprimir a fondo la gallina de los huevos de oro, se nos informa de que en adelante Oasis sólo estará disponible 5 de los 7 días de la semana, para que la gente descanse y no se olvide del todo de eso que se llama... realidad.

La realidad, a veces, es jodida. Pero, como alguien dice en la película, es el único lugar en el que puedes comer de forma decente. El mundo hacia el que avanzamos es, sin embargo, el mundo de Oasis, un universo tecnológico cada vez más rico y complejo. Basta con ver a los adolescentes tirados en cualquier esquina de cualquier calle. Toda su atención está puesta en la pantalla de su móvil, en una realidad paralela construida a base de ceros y unos.

No tengo ni idea de las implicaciones de todo eso. Quizás al final acabemos por tener una existencia demediada en la que a ratos seamos nosotros y a ratos un avatar en alguna aplicación de realidad virtual en la que, en vez de realizar trabajos burocráticos y más o menos aburridos, comandaremos naves espaciales que se dirigen hacia lo más profundo del espacio exterior para explorar nuevos rincones del universo y enfrentarse a criaturas viscosas y hostiles. 

Hasta ahora ese papel lo vivíamos de forma vicaria cuando acompañábamos a través de la pantalla del televisor al Comandante Jean Luc Picard. Sin embargo, en en mundo que ya se asoma cada uno de nosotros tendremos la posibilidad de ser el Comandante de la nave estelar Enterprise o de ser cualquier cosa que nos venga en gana. 

Lo que me inquieta es que si esa segunda vida nos resulta tan fascinante como promete, ¿seremos capaces de encontrar el camino de vuelta a casa? Y si lo encontramos, ¿estaremos dispuestos a recorrerlo? 
Supongo que este vértigo es el mismo que sintieron nuestros ancestros, hace miles de años, cuando aprendieron a controlar el fuego, a fabricar una punta de lanza o a diseñar una primitiva rueda y el mismo que luego experimentó cada generación posterior con cada oleada de nuevos inventos que iban transformando el curso de la realidad. Quizás al final la vida siempre encuentre su camino y todo se equilibre de nuevo. Quien sabe. 

PD. Les confieso que al escribir este post, quizás por primera vez en mi vida, me he sentido mayor. Intuyo que el hecho de que empiezo a serlo no debe ser ajeno a esa sensación. 

PD2. Por cierto, ya que estamos, yo como avatar me pido al Mariscal Stacker Pentecost de Pacific Rim, que no se anda con tonterías, no se casa con nadie y siempre está dispuesto a hacer frente a los monstruos que nos acechan y a impedir el apocalipsis como el que baja a comprar pan al colmado. Y como segunda opción, al un poco canalla y un poco cretino Star-Lord de los Guardianes de la Galaxia que, además de andar por ahí haciendo un poco el bien, un poco el mal y un poco las dos cosas, no deja de tirarle los trastos a Gamora (Zoe Saldaña) que, se mire como se mire y valga la metáfora ciclista, es un puerto hors catégorie de los que dan mucho vértigo. Queda dicho. 

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