Nada de eso importa




Durante una reunión del G8 en Génova, allá por el 2001, al primer ministro Silvio Berlusconi no se le ocurrió otra cosa que exhortar a los ciudadanos genoveses para que, durante los días en que tenía lugar el evento, se abstuvieran de colocar a la vista de todos, en cuerdas tendidas en ventanas y balcones, como es costumbre en el mediodía italiano, los pantalones de pijama, las bragas, las sábanas bajeras, los trapos de cocina, las faldas con y sin flores, los calcetines más o menos desparejados, las fundas de almohada y los calzoncillos desgastados por el roce de la entrepierna.

Se ve que en el vasto e inabarcable desorden del universo a Berlusconi, ese archiconocido mangante, putero y recalcitrante delincuente con pinta de almacén de morralla embalsamado en tinte bronceador le molestaba... la ropa tendida. Esa es la mejor metáfora que se me ocurre de la política contemporánea: se trata de hacer ver que se hace de cara a la galería, con la voz impostada y un gesto de vaga determinación, para conseguir que todo siga exactamente igual que antes, de negar la realidad contra toda evidencia y de sostener la impostura el tiempo necesario para convertir a los beodos en santos y sacarlos, si es menester, en procesión entre arreglos florales y señoras vestidas de luto riguroso para suplicar que se haga la lluvia (aunque estos días alguien tendría que decirle al santo que vaya cerrando el grifo).

A veces tengo la sensación de que el mundo se está estrechando tanto que muy pronto ni siquiera quedarán islas en las que naufragar. Pero no es verdad. Este año regresaré a Zamora y me sentaré debajo de un árbol que nunca llegará a tener noticia de la existencia el mar, a menos de cincuenta metros de un apeadero que hace medio siglo que no recibe la visita de ningún tren y así, entre Zamora y Creta, bajo el sol amarillo, frugal e infinito del Egeo, volveré a olvidarme de todo mientras contemplo como una nube diminuta surca el cielo sin rumbo ni propósito y como una gata sin gato se retuerce perezosa en el zaguán de una puerta. 

Arriaré por unos días la bandera de mi blog, olvidaré todas las lecciones que nunca llegué a aprender, renunciaré a presentar batalla, liberaré a todos los rehenes, cerraré por liquidación el mal negocio de mi cabeza y dejaré que, como en la canción de Sabina, me despeine al atardecer el vientecillo de la libertad, porque la única verdad de todo este ruidoso purgatorio que a ratos tanto me amotina es que, visto desde la distancia necesaria y al amparo de la sombra adecuada, en realidad, todas esas cosas tan importantes no importan una puta mierda.

Comentarios