El secreto



De niño estaba convencido de que la naturaleza tenía algo que decirme, una especie de mensaje reservado exclusivamente para mi y que un día, más tarde o más temprano, si  era paciente, si prestaba la suficiente atención y no me despistaba mirando los pantalones cortos que no debía, todas las cosas que entonces no era capaz de entender, que eran muchas, cobrarían un sentido y acabaría por revelarse, como si todo a mi alrededor no fuera más que un escenario y yo fuera el mismísimo Indiana Jones, el secreto del arca perdida. 

Con el paso del tiempo, sin embargo, esa certeza comenzó a debilitarse. Las nubes grises que me miran desde allá arriba no parecen muy comunicativas, las golondrinas que sobrevolaban los carrizales junto a la laguna ya van de camino a las cálidas tierras del sur, los campos arados después de la cosecha resultan más bien inexpresivos y comienzo a intuir que aunque este otoño que se avecina se tomara la molestia de escribirme una larga carta llena de revelaciones y prodigios, este viento insidioso que ahora hace crujir todas las rendijas de la casa acabaría por romperla en pequeños trocitos que flotarían en espirales, ingrávidos, por encima de los tejados y de las calles, lejos de mi, lejos de todo.


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