Otro año


Otro año que acaba. Este blog arrancó allá por el lejano y casi imposible año 2006 y  por eso, si mis cuentas no me engañan, aunque es fácil que lo hagan porque soy más de letras que un diccionario, con este 2018 serán ya trece los años que despido y pronto, muy pronto, doce los que saludaré con esas fronterizas expectativas -entreveradas de incertidumbre y de esperanza- que reservamos para las cosas que están por venir y de las que no sabemos nada.

En el fondo cada uno de esos años está formado por un meticuloso repertorio de revelaciones cotidianas que empiezan con el milagro improbable de estar vivo en un universo en el que todo y todos nos estamos muriendo constante e inexorablemente. Esas revelaciones están hechas de palabras porque el lenguaje es la única herramienta que nos permite atravesar la niebla y adentrarnos en las costuras de realidad: dos cipreses que aguardan y un mirlo que corretea por el suelo, una sonrisa y las pequeñas manchas de tu nariz, un café con mucha leche y poco café, una estación de autobús en la que alguien espera recostado contra la pared, la profundidad del mar que lame las olas, una voz antigua que suena en la radio. Todas esas cosas y todas las demás que cualquiera pueda llegar a imaginar están hechas de palabras.

El hueso de las palabras vertebra nuestra existencia. Y con esas palabras despido al año 2018 y saludo al 2019 con la voluntad de que sea estupendo y de que cada uno de ustedes, amables lectores, se lo pase estupendamente, porque aunque soy consciente de que la vida no es una fiesta continua como a veces nos gustaría, en alguna parte, en medio de la noche, en medio de cualquier noche, la luna brilla como el farol de una casa sin puertas y eso significa, ni más ni menos, que la esperanza de la luz perdura y que el final del cuento, de este cuento en el que todos somos protagonistas, aún no está escrito. 

Antes de despedir el año y siguiendo una tradición ya consolidada en Fatales Espejos Repetidos voy a otorgar el premio a la mejor canción de este año que se acaba. Tan ilustre galardón -cuyas arbitrarias reglas ya he expuesto en alguna ocasión- podría haber recaído perfectamente en Mayores de Becky G, que es la razón por la que cada vez que le pido una bolsa a una cajera del supermercado y me pregunta si la quiero grande se me cortocircuitan las neuronas y se me aparece la imagen de la susodicha diciendo que si, que tan grande que no le quepa en la boca, cosa que, por supuesto, me abstengo de decir en voz alta para no parecer retrasado, liarla parda e incurrir en un cuasi ilícito penal. No obstante, como en el fondo soy un romántico incurable, he elegido dos canciones que me encantan:


De las tormentas que ocasiona el amor y de sus mareas y vaivenes


Los ocho versos iniciales de esta canción son el mejor poema del año mal que les pese, que seguro que les pesa, a todos esos poetas cuyos alambicadas creaciones literarias tienen la inconfundible frescura de un gato que lleva tres meses muerto debajo de una alfombra


Feliz 2019 a todos!




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