Desmemorias
Luego la vida va desenvolviendo su madeja y ahí estamos nosotros, persiguiendo libélulas al borde del río, descubriendo que a veces todo va sobre ruedas y encaja a la perfección sin ningún esfuerzo y que otras, en cambio, Adelita -la misma Adelita que nos había prometido amor eterno- se va con un comisario o con un señor que le había pegado once tiros a su exmujer y de todo ese material de aluvión nuestro cerebro va cribando arbitrariamente algunos episodios azarosos y desvencijados en los que tratamos de rastrear alguna señal, algún significado, como si todo fuera una película de Shyamalan y estuviéramos a punto de asistir a una inesperada y se supone que trascendental revelación al módico (o no tan módico) precio de 8 euros.
Si somos honestos nuestras memorias deberían titularse "En qué carajo estaba yo pensando". Somos seres humanos: caminamos erguidos y tenemos pulgares oponibles que nos permiten agarrar objetos pesados y arrojarlos al parabrisas de los conductores de VTC, pero lo que más nos humaniza no son nuestros indiscutibles logros y proezas, ni todas esas fechorías y bajezas que abruman los telediarios, sino las minúsculas y no tan minúsculas ocasiones en las que, tratando de hacerlo lo mejor posible, metemos la pata hasta lo más hondo del corvejón sencillamente porque a veces no damos más de si y en esa tesitura pedirnos más y mejor es como pedir peras al olmo o como esperar alguna dignidad de ese indigente intelectual conocido como Monedero y es que, al final, todos nos equivocamos, todos aguardamos a que la lluvia escampe y a que por fin llegue la primavera y todos nos preguntamos, en fin, de qué nos sirve esa cama tan grande si ya no duermes conmigo.
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