Desmemorias


Tenemos recuerdos forjados en la época en que todavía no habíamos tenido ocasión de olvidar nada, recuerdos de antes de que fuéramos capaces de explicar con palabras cómo nos sentíamos con todas esas cosas increíbles que ocurrían alrededor y que además nos ocurrían precisamente a nosotros, en nuestro pequeño universo personal de pantalones cortos, chicles de fresa y camisetas de cuello de cisne que agobiaban un montón, pero que nuestras madres nos colocaban con una curiosa mezcla de amor y modales carcelarios para prevenir el frío que el invierno les ocasionaba a ellas.

Luego la vida va desenvolviendo su madeja y ahí estamos nosotros, persiguiendo libélulas al borde del río, descubriendo que a veces todo va sobre ruedas y encaja a la perfección sin ningún esfuerzo y que otras, en cambio, Adelita -la misma Adelita que nos había prometido amor eterno- se va con un comisario o con un señor que le había pegado once tiros a su exmujer y de todo ese material de aluvión nuestro cerebro va cribando arbitrariamente algunos episodios azarosos y desvencijados en los que tratamos de rastrear alguna señal, algún significado, como si todo fuera una película de Shyamalan y estuviéramos a punto de asistir a una inesperada y se supone que trascendental revelación al módico (o no tan módico) precio de 8 euros.

Si somos honestos nuestras memorias deberían titularse "En qué carajo estaba yo pensando". Somos seres humanos: caminamos erguidos y tenemos pulgares oponibles que nos permiten agarrar objetos pesados y arrojarlos al parabrisas de los conductores de VTC, pero lo que más nos humaniza no son nuestros indiscutibles logros y proezas, ni todas esas fechorías y bajezas que abruman los telediarios, sino las minúsculas y no tan minúsculas ocasiones en las que, tratando de hacerlo lo mejor posible, metemos la pata hasta lo más hondo del corvejón sencillamente porque a veces no damos más de si y en esa tesitura pedirnos más y mejor es como pedir peras al olmo o como esperar alguna dignidad de ese indigente intelectual conocido como Monedero y es que, al final, todos nos equivocamos, todos aguardamos a que la lluvia escampe y a que por fin llegue la primavera y todos nos preguntamos, en fin, de qué nos sirve esa cama tan grande si ya no duermes conmigo. 

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