El proceso de Kafka y el nuestro
Ahora que el proceso y todo el asunto de la república parecen algo varados, como los trenes que se detienen para disfrutar de la floración de los almendros en medio de la meseta extremeña, aprovecho para compartir una reflexión con mis lectores. Esa reflexión tiene que ver con el papel del PSC en Cataluña que, a mi modo de ver, tiene una grave responsabilidad en buena parte de lo que ha ocurrido y de lo que está por venir. Trataré de explicarles porqué.
El PSC, no tanto por maldad como por inercia, pereza o desidia intelectual, instruye a sus votantes en una visión de Cataluña que, en el fondo, no está lejos de la que revindican los independentistas. Es del relato de la Cataluña inagotablemente agraviada, a la que el Estado y ende cada uno de los españoles, ya sean murcianos, segovianos u oscenses, siempre le deben algo: un Estatuto, otro Estatuto, una mejor financiación, afecto, respeto por la lengua, cariño o vaya usted a saber qué cosa, porqué a lo largo de estos años he escuchado como se declinaban todas las modalidades imaginables de esa cuita.
El problema de esa visión es que, a la que surgen complicaciones o desacuerdos, por más que resulten inevitables porque la vida política no es un reino habitado por arcángeles celestiales, es fácil dar un paso mas y saltar al independentismo: como no nos dan lo que pedimos y si nos lo dan pedimos otra cosa, la única solución es la independencia. Ese camino, justo ese, es el que han recorrido en los últimos años buena parte de los votantes socialistas.
Me costaría poco explicar que el tan manido agravio pertenece al género de ficción pero resultaría inútil: el victimismo (España nos roba, España nos oprime) se ha inoculado (esa es la palabra exacta) de forma tan transversal en la sociedad catalana que ha llegado a convertirse en un tópico, en un lugar común que no admite discusión y, además, es sabido que argumentar con un creyente es inútil, porque no se puede verter agua en un vaso que ya está lleno. En una era de trampas retóricas y demagogia el relato del supuesto agravio catalán condensa a la perfección todas esas modalidades de misticismo que, en realidad, están mucho más cerca de las tripas y de los bajos instintos que de la razón.
Por lo demás, les ruego a mis lectores independentistas que no se sientan demasiado frustrados por el curso de los últimos acontecimientos. Tengo la impresión de que a medio plazo conseguirán su objetivo: con esa formidable máquina de fabricar separatistas que es la inmersión linguística (un sol poble, una sola llengua) más pronto que tarde no serán el 49 o el 51 por ciento de la población sino el 65 por ciento y entonces, cuando eso ocurra, la famosa República será inevitable a poco que sus líderes estén dispuestos a defenderla en vez de salir corriendo como el muy risible inquilino de Waterloo.
Conviene recordar, en este sentido, que en política nunca ganan los buenos, los justos ni los que tienen razón por el hecho de serlo o de tenerla. Gana el que sabe hacer valer sus razones, que es algo muy distinto. En el escenario de Cataluña hay alguien que trabaja desde hace muchos años en un proyecto a largo plazo y, al otro lado, hay alguien que -absorto en otras cosas de menos enjundia pero más perentorias- sólo contraataca con medidas coyunturales e improvisadas. No parece aventurado decir que el primero, si sabe esquivar la tentación que suele acometer al que cree ganado el partido antes de tiempo, tiene una ventaja que no resulta desdeñable.
PD. En un excelente artículo de Juan Claudio de Ramón (El ángulo ciego) (disponible aquí) se explica muy bien una de esas verdades incómodas que ya era hora que alguien se atreviera a enunciar en voz alta.
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