Prendes



Regresar a casa significa para mi muchas cosas. Abrazar a mi madre y a mi hermano, comprobar como el tiempo va desgastando el impreciso paisaje de mi infancia y escuchar, una vez más, el pulso de las voces de los ausentes que reverberan por todos los rincones. 

El fragor de estar en casa, la imposible rutina de la nostalgia, y, por supuesto, el sonido inconfundible de la lengua asturiana: la figal, el cañu la fuente, aquel besu nos llavios, el horru de madera, el llombu negru del malvis, el gadañu segando la yerba y la lluz mansa del inviernu.

Ha pasado un año más. A apenas tres meses de cumplir cincuenta años eso significa que ya he gastado (y a ratos malgastado) más de media vida y que, mirándolo por el lado bueno, aun me queda un buen trecho por delante si un aneurisma o un patinete eléctrico no se empeñan en lo contrario. 

El niño que fui, aquel niño tímido y solitario que tenía limpia la memoria y lo ignoraba todo de la muerte, ha seguido replegándose hacia su espacio interior y en el camino no ha tenido más remedio que aprender algunas cosas que preferiría no saber. Pero las canas que me miran desde el espejo lo aceptan de buen grado, porque ese es, ni más ni menos, que el precio que se paga por estar vivo y, además, no se me ocurre nada ni medio interesante que se pueda hacer si cruzas el famoso túnel que, al parecer, conduce al otro barrio y hacia no se qué luz que no se si estará patrocinada por Iberdrola o por Gas Natural pero que, o mucho me equivoco, o no presagia nada bueno. 

En fin. Que en nombre del presente construimos la desmemoria, perdemos cosas que nadie nos entrego y que sin embargo siempre fueron nuestras y hasta olvidamos los rostros de papel de personas a las que un día creímos amar. Buscamos y buscamos sin cesar para compensar una fracción de lo que se nos escapa, de todo lo que perdemos en este mundo descomunal, pero mañana por la tarde, siete horas y más de setecientos quilómetros después, en aquella casa asturiana atravesada por una carretera nacional que yo llamo mi casa, me reencontraré con todas las frágiles versiones de mi mismo que me han precedido, esas cuyos miedos, deseos y sueños todavía me persiguen como pequeñas bestias que habitan en la oscuridad.


Un poema de Marisa Martínez Pérsico

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