Cosas que voy desaprendiendo



Todas las vidas humanas están trenzadas con tres hilos entrelazados: el de lo que soñamos con llegar a ser, el de lo que somos en realidad y el de lo que creemos ser.

Si lo que creemos ser o lo que somos no se parecen demasiado a la fotografía de nuestros sueños es fácil que la frustración y la amargura acaben por hacer acto de presencia por las costuras de nuestro personaje. Y si lo que somos está lejos de lo que creemos ser nos desviamos del camino y nos condenamos a vivir representando una agotadora función de circo en la que, aunque no nos demos cuenta, nosotros somos el único espectador. 

He visto demasiadas veces -algunas dolorosamente cerca- adónde conduce una vida basada en la frustración y la amargura. Por eso, para evitarlo a toda cosa, he ido componiendo mi propia receta personal -imperfecta, tentativa y repleta de fracasos- que no me importa compartir con ustedes, queridos lectores y que consiste, básicamente, en no estar jamás de vuelta de nada: seguir emocionándome por tonterías, llorar si es menester, reír a carcajadas y haciendo ruido siempre que haya ocasión, evitar incurrir más de la cuenta en el feo vicio de quejarme, ver siempre que pueda el vaso medio lleno, guardar a buen recaudo la pequeña luz encendida dentro de mi por los que un día se fueron y ser consciente, a la vez, del enorme privilegio que supone haberlos tenido a mi lado.

Un poco de libertad, unos cuantos poemas y algo de espíritu crítico para no tener que comulgar siempre con ruedas de molino. Muchas horas de campos de Castilla por delante y largas hileras de chopos al otro lado de los cristales. Un beso, una canción inesperada y un instante de belleza. La intuición de que, aunque nada de lo que perdemos se reemplaza, al final todo acaba por acomodarse y encontrar su lugar. Y la resolución, como decía Jaime Gil de Biedma, de ser feliz, por encima de todo, contra todos y, muy en particular, contra uno mismo.

Si hubiera tenido un hijo no me hubiera importado hacerle entrega de esta modesta herencia. No le hubiera servido para comprarse un apartamento en la calle Atocha ni para irse de vacaciones a la Riviera Maya, pero, a cambio, me gusta pensar que le habría ayudado a resguardarse de la intemperie provocada por los pequeños reveses de la vida. O no, quien sabe. 


Comentarios