Never will




El pasado 3 de abril Ashley McBryde lanzó al mercado su nuevo disco que lleva por título Never Will. A estas alturas McBryde ya es toda una estrella del country, pero siempre será una estrella que presta atención a todo aquello que queda lejos de los focos: los marginados, las madres solteras, los alcohólicos, las señoras que envejecen con sus gatos, los que empezaron a suspender pronto en el colegio y nunca encontraron la forma de darle la vuelta al estigma del fracaso escolar y, en fin, esas personas a las que los comerciales del banco, con su traje impecable y su cara de poco tiempo que perder, miran de reojo porque, en cuanto teclean su nombre, la pantalla se ilumina con las inconfundibles señales de alarma que anuncian un perfil crediticio poco recomendable. 

En las canciones de McBryde hay un hueco para todas esas ramas quebradas del árbol de la sociedad. Pero en su mirada no hay nada, ni una migaja ni un átomo, de condescendencia. McBryde no mercadea con la marginalidad para conseguir un chalet en Galapagar ni enarbola un deslumbrante escudo social que es el arma con la que los señoritos pijos de la izquierda -individuos fáciles de reconocer porque siempre fueron a colegios mucho más caros que tú, por mucho que ahora se comporten como si acabaran de escapar de una plantación de algodón- deslumbran al proletariado.

Ella nos cuenta lo que hay. Sin más. Padres que se sientan a la mesa y que no tienen nada que decir y que no se parecen en nada a ti, hasta que treinta años después descubres que a veces tú también guardas silencio y te quedas mirando a través de la ventana cuando te hierve una idea por dentro. Chicas a las que todo el mundo se cansó de repetir que estaban perdiendo el tiempo y que nunca llegarían a ninguna parte y que a pesar de todo no dejaron de tocar su guitarra en ferias agrícolas y sótanos de mala muerte. Llamadas de teléfono en las que le cuentas las novedades meteorológicas a una madre que vive a setecientos kilómetros y que te quiere pero que se morirá sin encontrar la forma de hacértelo saber. Noches en las que te hartas de tomar malas decisiones hasta que -una boda y dos hijos después- descubres que una de esas malas decisiones aún duerme a tu lado en una habitación con vistas a un solar en el que desde hace años un cartel anuncia la inminente construcción de un edificio de apartamentos. 

Gracias ese sinuoso misterio al que denominamos talento, Ashley McBryde, que es capaz de reconocer tu mirada porque ya la ha visto otras veces en el espejo y porque ya ha recorrido hasta el final ese camino en el que tú ahora te adentras, nos regala canciones que condensan una especie de ética de la verdad, que no te absuelve ni te condena y no te regala los oídos con promesas, pero que, a cambio, les cuenta las cosas tal y como son al soldado y al superviviente que todos nosotros llevamos dentro. 

Una ética que está, sobra decirlo, a años luz de esa oportunista y rastrera retórica de la condescendencia cuyo único objetivo es hacer realidad los antojos de unos cuantos, los elegidos, a base de explotar los sueños de todos los demás, aquellos que, en algún momento, han tenido la mala suerte de transitar por las carreteras repletas de baches y mal señalizadas del lado oscuro de la vida. 

Hagan lo que quieran con sus vidas. Pero, por favor, confinados y sin confinar, escuchen a Ashley McBryde. 

Comentarios